Opinión
La desobediencia, ¿una rareza?
Algún día, quizá no muy distante, nos irán a decir los sabios imparciales, o nos iremos dando cuenta por motus propio y por etapas, a cuenta gotas quizá, del tremendo desastre mundial que fue provocando el confinamiento impuesto por el asunto del Covid 19. Resulta extraño sujetarnos tan dócilmente a órdenes emanadas sin demasiadas explicaciones en relación al virus coronado.
Sin saber nadie sobremanera sobre el asunto, se nos mandó recluirnos cual mansas y a la vez molestas ovejas. La carencia de servicios sanitarios apropiados fue la excusa muy bien utilizada para incorporar el miedo como un crucial condimento.
Temor sin dilaciones a lo desconocido y sugestión. Horas y horas con cifras de muertos y contagiados y exclusividad temática. Eso sí, se oculta con facilidad improvisaciones, ausencia de planes económicos y habilidades requeridas para gobernar.
Quien más, quien menos, todos se prendieron en la ola y la crisis global es ya incalculable. Por supuesto todavía no se llegó a ninguna conclusión potable sobre el origen del fenómeno, ni tampoco sobre cómo detenerlo. Apenas esbozos parciales a veces, incluso, muy comprimidos.
El asunto es sostener lo más posible la tesitura del aislamiento, del no salir, del quedarse en la cueva sin chistar. Claro que pagando impuestos y servicios, no sea cosa que las deudas personales hagan descender las recaudaciones oficiales.
Se creó un sistema del premio presunto al obediente y se fue concibiendo un batallón increíble de nuevos pobres en todo lugar que se precie. Literalmente el alimento escasea en miles de mesas hogareñas por la prohibición de actividades o changas diarias que sirven al sano propósito de parar la olla.
A todo esto, lo único sustentable para prevenir el flagelo es tomar distancia del otro, usar barbijo y no amontonarse por las dudas, por el peligro del contagio y la higiene de manos por supuesto. Una enfermedad previa, de base, puede ser fatal en caso de contraer el Coronavirus. Pero, ¿acaso alguien nos dice cuanta gente muere de gripe o de hambre?
La inoculación del miedo hace factible la sumisión a ultranza y no pensar. Hasta que el bolsillo se vacía o prima el sentido común. La tremenda inconstitucionalidad es reubicada y barnizada y los miedosos o cómodos, ponen en la fila de los enemigos a quienes gritan por la libertad. Libertad social, laboral, de acción ganada en la Carta Magna y en la gloriosa década del ’80 que, muchos ni siquiera hoy valoran.
Es preferible bajar los brazos y recibir una dádiva gubernamental. Por suerte la realidad muta. Ya son varios los países donde el pueblo sale sin vergüenza a manifestar por el fin del confinamiento que, dicho sea de paso, nadie desea desde las esferas del poder, culminarlo.
Los que detentan autoridad política entienden que se les viene la noche. Un país sumido en la peor crisis del Siglo, aún peor que la del inicio de los años 2000. Inflación, industrias quebradas y baja producción y cero luz en el horizonte.
Gente con trastornos por el encierro, traumas sociales y emisión desbocada de plata sin respaldo alguno es lo cotidiano. Y aún no ha brotado del todo el drama. Pero con cierta timidez, las personas indagan y hurgan en las grietas, en las hendiduras del discurso. Y salen a la calle buscando sol y verdad.
El sol brilla; la verdad todavía no. Pero es evidente que ya falta muy poco para la caída estrepitosa de la gigante anteojera que nos pusieron los efectores del poder. Y entonces, ¿de qué se van a disfrazar los mentirosos y aprovechadores?Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-