Opinión
Entre el control y la vuelta a la vida
No sabemos quién “metió la pata”, pero el virus invadió el planeta Tierra sin pedir permiso, insolente y odioso.
“Quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas”. Esta frase corresponde a Maquiavelo y se puede aplicar a los aconteceres que son propios de este tiempo de Coronavirus.
La primigenia etapa de la impuesta cuarentena, tuvo que ver esencialmente con el temor a un mal que, aún todavía, no se sabe bien como se originó. Continúan las hipótesis en relación al cómo, y son bien variadas, por cierto, transitando diversos carriles, desde lo científico, lo político, lo religioso y también lo disparatado.
No sabemos quién “metió la pata”, pero el virus invadió el planeta Tierra sin pedir permiso, insolente y odioso. Y mortal, aunque no tanto como otros antecesores suyos.
El recurrir a encerrar a la gente fue una idea global. Lo único que algunos gobiernos lo implementaron a este propósito de diferentes maneras: o a rajatabla o dando la opción de que cada quien fuese responsable, sin la sujeción esclavista de otros mandatarios.
Luego los sustos del principio fueron dando espacio a armar una correcta defensa, desde lo sanitario. Y hubo un respiro que acá, en la Argentina, mucho no se distinguió. Hasta que la locura del ostracismo fue quedando medianamente a un costado por el peso de la realidad que golpeaba y golpea a todos. Aunque no a todos por igual.
“Hay que salir un solo día a comprar lo que haga falta”, exclamaron los consejeros de escritorio, sin saber que hay quienes no cuentan con dinero efectivo en sus alicaídas billeteras para tal misión compulsiva. El tipo que vive de changas o cobra por semana, no está capacitado económicamente para ese cometido.
Desconocer la cotidianeidad de la población es un defecto incorregible de aquellos gobernantes que no saben ni dónde está geográficamente determinado barrio.
La luz no se encendió aún y muchos se asustaron demás y, encima, salieron disparados a pagar boletas de servicios y tasas e impuestos. Aunque se mencionó desde Nación que habría 180 días de gracia, desde el 20 de marzo, las personas se sintieron en la necesidad de pagar y, hete aquí, no faltó quienes se quedaron sin recursos.
La carencia de plata y de trabajos, dio origen a nuevos pobres. Y en el colmo del rictus, una inmensidad de comercios e industrias sin operar. La vuelta de tuerca de emitir plata desde la Casa de la Moneda es espeluznante. Galopan sobre corceles de inflación y sobre pisos de arena. Pero reparte el Estado una cierta dosis de tranquilidad.
Y en esta pandemia, ha sido lo mismo la CABA, que el AMBA, o que el resto del país. Hemos sido incluidos en idéntica bolsa hasta el lunes 11 de mayo cuando abrieron la soga para varios rubros y sectores atados, encriptados en la demencia de la prohibición a ultranza. Costará caro y mucho tiempo, remontar este barrilete.
Mas la gente usa su barbijo, guarda su distancia y oye la voz oficial. Salvo las excepciones de rigor. Se habla ahora de caminatas recreativas, de intentar ver como normal lo que es sinceramente normal y hoy se volvió extraordinario.
Entre los que adoran la cuarentena, en la comodidad de sus casas ampulosas y los que se resisten a ser demolidos como personas libres, marchan el virus coronado, las ayudas alimentarias y las miserias humanas.
Todavía falta para volver a la vida. Se avizoran empero lucecitas en el horizonte. Nadie es profeta en su Tierra. Nadie asevera con certeza qué sucederá en breve. Improvisando y pisoteando derechos, así se ha caminado. Entre la mansedumbre de un pueblo tumbado y los planes que se tiran a troche y moche en el conurbano para sostener ese nefasto pilar de clientelismo y corrupción.
Mientras tanto, en esta comarca, nos dividimos en discusiones estériles y no nos damos ni cuenta que la vida es hoy.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-