Opinión
La subjetividad de los valores
La impronta del clásico futbolero por excelencia argentino aún no dirimido, ha ido demostrando una serie casi concatenada de cuestionamientos a la sociedad en su conjunto que bien vale no obviar, más allá claro de las consistencias del escándalo mayúsculo que ha significado.
Resulta ser que tal circunstancia tediosa, nos permitió captar el concepto escondido por ahí, de que no es lo mismo en nuestro bendito país que a un jugador de fútbol lo agredan cobardemente, hiriéndolo incluso, que tal cosa le suceda a un servidor del orden por ejemplo.
Las voces y los lamentos se erigen en forma inmediata sobre lo acaecido a un baluarte deportivo boquense en esta oportunidad, (pudo ser de otro club) pero la indiferencia cunde burlona, cuando a un policía lo escupen, insultan y demás improperios, sin contabilizar las roturas de móviles y anexos.
La vara de medir respetos y aprecios no es idéntica jamás. Cierto es que la institución de uniformados, viene arrastrando una cruz desde la época nefasta de la última dictadura donde le cupo un rol detestable. Es un hecho incontrastable. No hay duda posible al respecto.
Para colmo todo intento ministerial de renovar la fuerza, de “aggiornarla”, siempre ha terminado a medias. Nunca se logró la readaptación, la reinserción en los estratos de la sociedad y, convengamos que también ha colaborado con la división de aguas, el alto grado de corrupción de efectores de la ley, a lo largo y ancho de este período de democracia constante.
O sea, el desencanto es tangible. Salvo honoríficas excepciones, se perdió esa confianza y respeto hacia los agentes. Entonces copó la banca la salvajada, la puteada, la risa socarrona al policía al que le roban la gorra, o el arma reglamentaria o le rompen el patrullero.
Y ni que decir, mis amigos, si los autores de la barbarie son menores de edad. Bregar con efusividad por la reformulación de establecidas legislaciones, suele transmitir un peligro intrínseco: el de ser tildados de “fachos” o “gorilas”. Pequeña gran frase vacía de contenido que sigue frenando con sus planteos, la rectitud que ya debiera imperar en esta nación sanmartiniana.
Sectores de mirada subjetiva, han ido introduciendo discursos anti Estado por doquier, en aras de un presunto anarquismo mejorador de condiciones. Bregan por un pueblo sin Gobierno o por un Gobierno sin leyes por cumplir. Donde todo valga. Utopía de post guerra que no cuaja con la vida real, donde todos queremos existir con tranquilidad y disfrutar de las comodidades del momento. ¿O no?
(Me río a veces cuando oigo a un buen señor local, despotricar contra el Estado y resulta que ese vecino nuestro, cobró un provechoso subsidio del Estado para poder avanzar en su diario vivir. Contradicciones de este tiempo alocado).
Los “berretines” de los anti sociales, se fundamentan, beben en las fuentes oscuras del descalabro en el que nos encontramos. Porque es auténticamente veraz que nada es como debiera en este contexto. Un jugador de fútbol de élite gana muchísimo dinero y es causa de sublime atracción, mientras que un científico puede descubrir lo que desee, en favor de sus congéneres, que no tendrá ni una mísera columna en algún perdido periódico del interior.
No es lo mismo pero todo da lo mismo. Es tan fácil apostatar de la fe y enarbolar nuevas teorías, o endiosar a ídolos de barro que se derretirán frente al primer sol de mediodía. Una dicotomía tras otra. Una escalada de sin sentidos y absurdos de terror.
Y en el medio la violencia desmadrada, la intolerancia y el abuso multiplicado de pregoneros del “todo vale”. Con profetas del odio y la descalificación al prójimo que no piensa igual.
El deportista y el “milico” poseen los mismos derechos. El tema es ubicar las piezas en el tablero de una vez. Y ese el drama porque nadie lo hace. La brecha se abre cada hora con más intensidad. Y no se divisan atisbos de cambio concreto de mentalidad. Por el contrario.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-