Opinión
Maldición generacional
La fenomenología de apellidos que se repiten tristemente en la faz delincuencial, es un hecho que intriga.
Pero a su vez, es una verdad casi axiomática que se replica aquí también, en nuestro medio, trayendo honda desazón.
La cuestión en sí no es nueva. Se viene repitiendo desde tiempos inmemoriales, llegando a estos días y a estos pagos también. Ejemplos sobran e incluso, ahora mismo se da un caso emblemático en la localidad picapedrera, que se ha visto envuelta en una serie de dislates producidos por una sola familia con el signo de la maldad encima.
Y de tal palo tal astilla, puesto que un pibe, todavía menor por pocos meses más, trajo incertidumbre y bronca en sus vecinos y conciudadanos que fueron sufriendo una serie concatenada de hechos maléficos en sus hogares.
Un individuo de 17 años, sangre directa de malhechores. Criado entre víboras, reflejo pues de alimañas. Capaz de subirse a la cresta de la ola y disparar maldiciones y balas contra sus oponentes. Un auténtico descarriado que la gente rechaza cual emisario de la peor peste. De pésima ralea, es él la consecuencia inevitable. Forma parte de una familia que usurpa cuatro viviendas. Todo un récord.
Tal problemática tan sustancial, parece venir de lejanos tiempos, insisto. Y se aplica renovándose, empero, por desgracia. Veamos un instante hacia atrás, por favor, mis amigos.
En la Biblia, allá por el libro de Éxodo, Capítulo 20, entre los versículos 4 y 5, podemos leer: “Porque YO, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”.
La frase es lapidaria, certera, crucifica sin atenuantes los antecedentes de los ancestros. Y si bien se ha de interpretar con sabiduría este texto, es evidente que retrata algo contundente y perfectamente comprobable: lo que mame un hijo en su seno familiar, eso absorberá luego y crecerá en ese ambiente. Es muy difícil separar conductas aprendidas desde la primera infancia.
En concordancia con esto, hace varios años, en una charla extensa que mantuve con un señor guardia cárcel experimentado, me decía con sus propias palabras, más o menos estos conceptos. Porque habrá que tener presente que existen sujetos que no han conocido otra cosa que lo nefasto. “No saben de otra vida”, me afirmó el funcionario público en relación a los presos y su estándar.
“Han tenido sólo la escuela del delito algunos. ¿Cómo podés aguardar otra actitud de estas personas sin luz?”
La percepción es idéntica. Aunque duela horrores y no justifique su accionar, por supuesto. Si la bolsa de residuos es abandonada arriba de la mesa, en la cocina, hederá pronto. Hay que sacarla a la vereda. Una manzana podrida, pudre al resto del cajón. Y así sucesivamente, lectores del alma.
Una casa en sombras, habitada por padres proclives al alcohol, las drogas, las puteadas, los golpes y demás yerbas, acarrea sin vueltas, hijos de tal magnitud. Tuvieron esa escuela, y les sellará el bocho y el cuerpo.
La mente retorcida, engendra maldición para su prole. Y solamente un esfuerzo sobrehumano del descendiente, lo ayudará a salir del fango. Si toma conciencia del barro y busca el sendero lógico y se aparta del mal redil, entonces la maldición se cortará.
No todos lo logran. Varios ni siquiera lo intentan. Y el caso de Sierra Chica es un ejemplo tangible de que no se rompió el círculo vicioso aún. La hediondez es intolerable. Y las almas nobles y cansadas salen a la calle a protestar, pidiendo la cabeza del diablo.
En pleno Siglo XXI, donde la cotidianeidad no anhela conjugar con lo espiritual, donde muchos apostatan de su fe, aquella excéntrica sentencia del segundo volumen bíblico se vislumbra clara. Hasta la tercera y cuarta generación permanece la oscuridad.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-