Opinión
La noche arde
El entramado de la nocturnidad olavarriense para los menores de edad, es un colosal dilema que hoy tratan de abordar distintos actores, incluyendo a los propios pibes, para resolver el cuello de botella que deja la Ley 14.050 que habla de plazos horarios para la permanencia de jóvenes menores de 18 años en locales de esparcimiento nocturno.
Y hemos de subrayar el hecho medular de oír las voces todas que tengan algo para expresar, compendiando así un manual de anécdotas y vivencias muy interesantes de evaluar, pasando por la palabra de papás, propietarios de negocios de la noche local, concejales y otros elementos, como la mismísima Justicia de Menores de Azul, y claro los chicos que practican una especie de tiro al blanco, buscando la manera de destrabar la puerta de acceso a un mundo semi vedado.
Pero las gargantas se plantan y el corazón se recarga en su palpitar, cuando un joven de unos 16 años dice muy suelto de cuerpo y convencido al mil por ciento: “La forma más empleada es la ingesta de alcohol. Desde los 10 años, hay chicos tomando bebidas y si no se les vende, nadie quiere ir a un boliche. Se toma por el rito mismo de beber, sin mayores excusas”.
El peso de la plomada cayendo sobre los incautos, es bastante doloroso, mis amigos. Por si algún desprevenido no lo sabía, ahora es vox pópuli.
Y ese andamiaje acarrea poco sutiles consecuencias, o sea peleas, desmanes y por qué no, varias botellas golpeando contra la nuca de ciertos rivales del momento. Todo este panorama dantesco, propiciado por varones y mujeres por igual en calles, parques o quintas. Las chicas también se pasan de copas sin atisbos de femeneidad.
Entonces nos retrotraemos en el tiempo y nos remontamos a las Olimpíadas Estudiantiles tan concurridas y esperadas por cada curso y colegio otrora. Sin embargo, los avatares de la imprudencia y la desmesurada violencia juvenil, hicieron trizas ese acontecimiento tan nuestro, tan lindo de canalizar cada temporada.
Se cortó el chorro y se lo truncó de raíz por razones obvias: era insostenible ya. Y no se confunda nadie, por favor: no se debe relacionar lo ideal con lo real, en estos casos. No fue una actitud “gorilista” suspender tales eventos multitudinarios. Y las pruebas están refrendando aquella prohibitiva acción.
La violencia se coló por las venas de la sociedad y nos trajo consecuencias hostiles. Una es la que estudiamos sobre qué corno hacer con los nuevos horarios que poseen los adolescentes y jóvenes y cómo compatibilizar el combo, con las botellas por un lado, y con el derecho adquirido de salir y divertirse cada persona por otro.
Los “bolicheros” reconocen la ausencia de pibes si no se expende alcohol. Por tal motivo, se deduce con rapidez que ninguno de ellos afrontará el riesgo absurdo ya a esta altura, de proponer una “matiné” bien temprano y encima sin cócteles milagrosos para la sedienta clientela de menores.
Si bien es verdad que no todas las circunstancias son idénticas, prima este ejercicio en la mayoría del tándem etario, reconocido esto, insistimos, por los auténticos protagonistas.
Vale considerar por supuesto el rol de los progenitores, que son quienes han de exponer sus pensamientos en torno a sus hijos, pero así también, en aras de una salida consensuada en general.
La visión de los padres varía entre la defensa a ultranza de su prole y una especie de culpa que pretenden algunos, echarle sólo al Estado, sin mirarse hacia adentro.
Apuntan ciertos papás a darles un permiso firmado a sus chicos para entrar a los boliches, suponiendo que se avance en tal dirección. El chico ingresaría avalado por su familia y santo remedio. Eso sí cabe preguntar: ¿Si algo malo acaeciese dentro del local, los padres revelarían haber rubricado una vital autorización, o saldrían por los medios a defenestrar al boliche y al Municipio?
El gato tiene el cascabel puesto porque no es tan sencillo quitárselo. “Los chicos eligen las quintas como una última opción. Mas no son seguras”, pontifica otro joven. Las “juntadas” en esos espacios son cada día más frecuentes y sofisticadas. Y no caigamos en la trampa de que nunca los padres saben nada. O los dueños de las quintas son tan inocentes que alquilan a tientas.
Aquí se produce una caída de la tesis del paternalismo, porque es un adulto el que suscribe el contrato de alquiler. Y luego ese adulto ¿dónde se mete? Como para creer entonces que un padre se haga responsable sin chistar si a su hijo le sucede algo en un local, siguiendo la idea de la “firma autorizada”.
El nudo gordiano se da a su vez, por el ángulo de la hora. Antes se salía temprano si se quiere, pero ahora son otros los tiempos, con la instrumentación de “la previa” y recién después irían los menores a una “confitería bailable”.
Se choca con la normativa citada renglones atrás. Ante la duda del presente instante, es fácil echarle tierra a esa Ley y adjudicarle yerros de observación de lo que ocurre en la cotidianeidad. Otro antiguo defecto nuestro: vilipendiar lo que no nos conviene.
Los padres son los encargados de guiar el barco, de poner límites a sus descendientes directos. Cuando tal no ocurre, empezamos a divagar entre bambalinas y cortinas de humo. Porque nunca estaremos de acuerdo con la Ley. Y mañana habrá que reformarla otra vez, si continuamos con esta tónica de esquivar obligaciones.
Hay queridos papás que no dominan su hogar. ¿Cómo se justifica si no a un niño de diez años, vagando borracho como una cuba, fuera de la casa, a las dos o tres de la “matina”?
No embromemos más. Ni tiremos culpas sobre el otro, sobre el señor Estado. La problemática hay que sustentarla, sí pero partiendo de esta base: desde la familia parten los primordiales conceptos de convivencia. Y la otra pata es igual de impactante: la droga y el alcohol están haciendo desastres acá, y los purretes son blanco preferido de los narcos y de los inescrupulosos.
El Municipio y la Policía han de hacer su trabajo pues. No queda otra, por ahora. Prevención y control. Hasta tanto se vea más claro el túnel.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-