Opinión
Entre nostalgias y nuevos tiempos
Mi viejo amigo el fomentista es un tipo conocedor a ultranza de la temática barrial. Claro que a él debo decirle “veterano referente”, para no caer en suspicacias de relacionar la experiencia que posee, con su edad real.
Charlar con semejante compendio, significa tener al alcance un mundo de informaciones veraces y de datos de aquellos años de oro de la actividad. Y lógicamente una panorámica bien definida del instante actual.
“Siempre te aburro con lo mismo, Mario: eran otros momentos, aunque hace tan poco tiempo. Y las cosas se resolvían dentro del ámbito nuestro. Discutíamos a rabiar, pero luego estaba en cada uno volver a la normalidad de ser amigos, y no se amontonaban rencillas o rencores personales como ahora. ¡Ah, épocas que no regresarán!”
La pava para el mate empieza su tarea cansina y sin pausa. Mi cuaderno de notas respira hondo. Vale convidarle un cigarrillo que rechaza. Repetida fórmula que olvido cada vez: mi fomentista de ley, no echa humo.
“Somos a veces como los israelitas que salieron de Egipto en la antigüedad bíblica: extrañamos las verduras de antaño y no nos queremos dar habida cuenta, de que nos estamos complicando cada día un poco más”, sentencia. Las ramas de os árboles se mecen inquietas. La lluvia será un hecho en breve.
“La incipiente división del fomentismo se notaba hace unos años y no hicimos nada en pos de remediarla. Al contrario, rompimos más la pared agrietada y entonces llegamos a esto: una dirigencia totalmente divorciada, fragmentada y sin un gramo de unidad. Es una especie de “a la que te criaste”. Y en el medio los intereses partidarios copando la cancha, segregándolo todo, carcomiendo las fibras. Cualquier esbozo de unidad verídica, ha tambaleado por acción u omisión de quienes no han visto lo que se venía”.
El mate amargo es reparador. La humedad es notable, punzante. “Crecimos en número en los últimos lustros, y no supimos conservar la calma. Y en el presente, la situación mutó para peor. Hoy a las reuniones federativas va poca gente, porque pocas entidades abrazan el espíritu de la institución cabecera. ¿Por qué? Muy sencillo: cuando algunos profetas del ocaso dijeron lo negativo que se percibía en este ambiente, y lo hicieron desde la imparcialidad, no les creyeron y las cosas sin prejuicios decantaron solas. Y llegamos a estos peculiares días donde la idiosincrasia de “Federación”, no cuaja con el pensamiento de la mayoría de los dirigentes que optaron por no ir más a los encuentros y otros que, en las cómodas sombras, aguardan el desmoronamiento final”.
“El fomentismo está bastardeado”, le apunto genéricamente a mi entrevistado, para anexar: “Ya se advierten movimientos sagaces por fuera”.
“Puede ser. Pero la única que nuclea a todos es “Federación”. Que la hayamos bastardeado nosotros mismos, es otra cuestión. Armar otra cosa es agrandar la crisis de “Federación” y mostrar dirigentes pensando en lo individual y no en lo colectivo”, me chanta sin pruritos el dirigente avezado.
Medito un tanto, absorbiendo un nuevo mate, y le retruco: “¿Vos no crees que ahora hay por allí alguna figurita que está especulando con su porvenir político, dentro de la institución de base?” Sonríe mi interlocutor. Hábil soldado de miles de combates. “Por supuesto que sí. Trampolín atrayente éste del fomentismo. Te mete de cuajo en los barrios, te hace conocido. Dependen los resultados de una pizca de habilidad y buena suerte y del acompañamiento incondicional de obreros incautos también, obvio. El resto suele arribar solito. Exhibir algunas banderas eso sí, algún color político sale a la palestra y a poner cara de preocupación por lo social. No interpretar lo que acaece en torno a estos “vivillos de turno” es ser ingenuo de toda ingenuidad”.
Entonces, ¿qué hacer? “Las visiones aquí se bifurcan. Para unos, es menester pelear desde adentro. Una segunda voz recomienda sin embargo, irse del redil y sostener los preceptos básicos desde afuera. La realidad demuestra por estas instancias que los que se quedaron en el campo de juego, cuentan con una filosofía idéntica; no se distinguen disidencias. Adoptaron una postura de resignación o de convencimiento que la verdad está en y con ellos”.
Lo consulto sobre un proyecto ambicioso. ¿Cómo observarías a un novel grupo amplio, sin verticalismo? “Magnífico sería. Incluso con personas de diversos afluentes, más allá incluso del propio fomentismo. Hay miles de cosas por cristalizar, y nos hemos estancado en mezquindades estúpidas”.
Como para ir cerrando, le manifiesto la pregunta del millón: ¿Y el Municipio? “El Palacio San Martín juega con displicencia un rol ambivalente: a vos te dicen que no avalan a la “Federación”, por los papeles no presentados y los cargos reformulados sin guardar las formalidades mínimas. Mas a ellos les dicen lo contrario, que sí los protegen. Invierten tiempo en esas menudencias y desactivan la grandeza del referente de barrio. Ojalá haya un toque de atención. Sin el respaldo comunal es inviable esta pasión. De modo que se necesita ese contacto”.
Y cerramos con un consejo de mi amigo: “Sobre todo para quienes se suman, desde los barrios recién construidos, que no decaigan, que no se dejen apabullar por los personeros de un fomentismo arisco, insípido. Este universo es maravilloso, con sus luces y sinsabores, por supuesto. Pero habrá que desterrar los gérmenes partidarios tan metidos hoy. ¿Cómo es posible que haya entidades a las que la gente las asocia directamente con tal o cual partido político? Irresponsable manejo”.
Y luego del postrer mate, los saludos de rigor. Provechosa charla hicimos, como cada ocasión.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-