Opinión
Corriendo de atrás
Lo ha informado hace horas apenas el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina: continúa en franco y cruel ascenso, la pobreza en nuestro suelo tan rico en alimentos.
Y el coletazo más directo es la pérdida de empleos y la desprotección de la niñez.
Tal situación es una luz de alarma que debiera penetrar firme en la mente y corazón de aquellos que ostentan hoy funciones públicas, y por ende, están encargados de velar por el cumplimiento de la Constitución que le asigna valores prioritarios a los derechos de los habitantes.
Pero la mirada hacia los costados, nos devuelve un incremento a su vez de comedores en los barrios, muchos de los cuales no logran afianzarse en su tarea por la misma impronta del funcionamiento de estos sitios, o sea el constante devenir de solicitar alimentos a la gente en general y a los comerciantes.
El horno no está para bollos y, a veces, los negocios no pueden ofrecer ayuda más de un par de veces por comedor.
Además el número de asistentes, la mayoría niños, tiende a multiplicarse por la difusión boca a boca del lugar de encuentro alimentario.
Durante la semana hábil, es frecuente la participación en los comedores escolares. El tema crucial surge los fines de semana. Es ahí entonces el turno de estos emprendimientos hechos a pulmón y garra vecinal.
Guisos de arroz y comidas similares, son las preferidas al minuto de elaborarlas por su costo, todavía relativamente accesible.
No se advierte en el horizonte una mutación para bien de estas circunstancias tan particulares. Porque hemos de anexar a este combo, la actuación de las Cáritas y otros organismos no gubernamentales, como grupos solidarios, que atienden el llamado insistente de la sociedad envuelta en tal complejo entramado.
Uno podría intuir que no es instante de hacernos “los osos” y no interpretar la cotidianeidad, más allá inclusive de los posicionamientos políticos partidarios, válidos todos desde luego.
Nadie está a salvo, pues, de colaborar, de meterse en el tópico. De una u otra manera, todos podemos ser una rueda de auxilio. El Estado también tiene un rol esencial y lo ha manifestado con planes sociales y de asistencia personal o familiar.
Millones de personas. Insisto, mis amigos, millones de argentinos han sido y son aún portadores de sendos planes gubernamentales. Es cada cobro de éstas almas, una gota de agua en el desierto, pero en algo los ampara.
En aras de los planes, no aparece por ningún rincón visible un auténtico programa de desarrollo y cambio en el sistema. Porque una cosa es el asistencialismo puntual, ante un drama medular, y otra muy disímil el continuismo “in eternum” de las dádivas del Estado nacional.
Los trabajadores con empuje no desean el perfeccionamiento de los planes, si no el pronto acceso a un puesto de laburo digno y en blanco. Aunque también es cierto que son miles quienes se han adaptado al dinero que les llega cual maná celestial y prohíjan que nada cambie.
El país requiere un desarrollo en serio. En toda su extensión y cortar con ciertos planes en algún momento dado. Lo que dignifica es el esfuerzo diario remunerado; no el plan. Quien lo capta así, transita por la senda debida.
El contexto de hoy, empero, no aprueba ningún esbozo de mejoramiento de la coyuntura. En vez de eso se nota un tangencial y sugestivo desmejoramiento del conjunto, del tejido social.
La falta de una cosa positiva, concatena la presencia de condimentos negativos. Por suerte y por ahora, existen personas que creen en la humanidad y en la llegada acorde hacia los más vulnerables y necesitados. Mas las soluciones concretas, perennes distan.
Por Mario Delgado.
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-