Opinión
Duele la Argentina nuestra
Que dolor produce a la sensibilidad humana, contemplar los prados conflictuales de nuestra patria. El enfrentamiento constante, eterno casi, que se mete por la sangre incluso, no dejando lugar en algunas personas, al más mínimo razonamiento. Amistades y parentescos, suelen destruirse por cuenta y orden de un fanatismo desmedido y rayano en la demencia incivilizada.
Y lo peor es que motivos, siempre sobran. Desde lo político o lo religioso. Desde lo filosófico o lo moral, el tema es encontrar a tiempo la excusa y arrojar basura dialéctica contra el otro, que, por supuesto, no piensa o no cree en forma idéntica.
Entonces bullen las diatribas en lo coloquial y en las redes sociales. Ataques fundados tan solo en la ironía y el desprecio, con descrédito anexo, desde luego, hacia el ocasional oponente.
Los ultra kirchneristas despotrican a gusto sobre la marcha del Gobierno. Los macristas a su vez, responden con ínfulas arreciando frases hacia el pasado reciente. Las chicas del pañuelo verde, bombardean sin piedad a las del pañuelo celeste, llegando en oportunidades a auténticas batallas cuerpo a cuerpo. Lo triste es que también las celestes, enarbolan cuando les es menester, hirientes párrafos contra sus rivales acérrimas.
Los denominados “izquierdistas”, afilan sus lanzas y espadas para mutilar todo sesgo que ellos infieran, como de “derecha”. La “derecha” a su turno, tomará los hierros incandescentes para zaherir a los “rojos”, con una catarata de acusaciones.
Y así vamos caminando por la vida, sin poner paños fríos ni reflexionar. Cualquiera es blanco de lapidaciones, sin aporte de mínimas pruebas al respecto. Es un tiempo del “todo vale” y “no hay dramas”. Reino de impunidad y anonimatos, donde es muy factible echar la brea sobre el rostro del prójimo y huir, detrás de una cuenta “trucha” de Facebook.
Y en el remolino, se ridiculiza a la Iglesia Católica y a otras más, como si se estuviese en el universo del ateísmo más cerrado. Los valores se evaporan en el aire denso de la incomprensión y la incongruencia.
El vecino, el hermano, el cuñado, no interesa quién sea: lo que valida nuestro odio es que no comulgue con nosotros en nuestro planteo existencial. Nos llenamos de fronteras y de insultos diarios a todo lo que represente autoridad o uniforme, nadando en un extraño barniz de anarquía imprevista años atrás.
Adulamos a héroes extraños y criticamos a San Martín o Belgrano. Nos apoyamos en el “Che” y desconocemos toda la película. Parcializar es lo más fácil y temerario. Y nos entretenemos dividiendo opiniones y sembrando discordias por doquier.
Transmutación de valores que se ha construido en un entorno de carencias afectivas y desnaturalización de la familia y los respetos debidos al sujeto de enfrente, por más que yo no lo “trague”.
Nos preocupamos por los pibes sin horarios para salir y divertirse, pero no nos eriza la piel verlos retornar a casa borrachos como una cuba. Tiramos el paquete al de al lado o al protector “Estado” que tiene que estar y no se mete. La culpa siempre está lejos de nosotros mismos.
Los padres no dialogan con sus hijos y si lo hacen es para cosas triviales. En muchos casos, los papás no poseen la autoridad suficiente, enfrascados en sus mambos y en sus amantes. Y los hogares se desgranan cual vieja pared sin capa aisladora.
La Nación que habitamos nos duele si tenemos sentimientos y sensibilidad. Porque nos debe abrazar como fuego el clamor del necesitado, del hombre sin asfalto, sin cloacas, o sin fe en el sistema democrático.
Nos ha de sacudir cual hojas de otoño, la vecindad peleada, el fomentismo desunido, la carencia sistemática de nobles ejemplos a seguir.
Tiene que asolarnos el corazón la montaña de jóvenes consumiendo porquerías a toda hora, en determinadas esquinas, sin futuro, sin contención, sin un abrazo fraterno que los reubique en tierra.
En fin, estaríamos largas páginas redactando instancias similares. Sin embargo el epílogo de esta recorrida debiera centrarnos a todos en un minuto apenas de meditación. Si sinceramente nos duele este bendito territorio, empecemos de a poco, empecemos por cambiar dentro de nuestras posibilidades.
Intentándolo, comprenderemos que otro país es posible.
Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-