El actual marco legal sobre el aborto tiene casi cien años. Cuando se aprobó, las mujeres no tenían derecho al voto, ni plena disposición de sus bienes, ni la potestad sobre sus hijos. Las reformas que crearon estos derechos también fueron resistidas en su momento, y las proyecciones catastrofistas de quienes se oponían se vieron desmentidas de manera contundente por los hechos. La despenalización del aborto tiene categóricos fundamentos similares a los de esas transformaciones.
En primer lugar, la prohibición es completamente ineficaz como mecanismo de disuasión: los abortos siguen ocurriendo masivamente, y es improbable que un cambio en la ley penal provoque un aumento. De hecho, hay varios países en los que se legalizaron y la cifra no aumentó, y las tasas en los países que tienen aborto legalizado son en promedio mucho más bajas que las de nuestro país. Quedan pocas naciones con legislaciones tan restrictivas como la nuestra, casi todas de América Latina y África.
El aborto es un problema de salud pública. Los datos oficiales son contundentes: en Argentina, dos de cada diez mujeres fallecidas por causas maternas murieron por abortos inseguros. Desde la recuperación de la democracia fallecieron más de tres mil mujeres por abortos inseguros. Increíblemente, muchas personas usan aún hoy como argumento “en defensa de la vida” que 55 mujeres muertas en el año 2015 y 49.000 internaciones anuales no son un dato preocupante.
Probablemente, la generalización del uso de medicamentos para abortar esté modificando estos datos, porque permiten hacerlo de manera más temprana, menos riesgosa y con menor costo, pero por el momento es fantasioso imaginar que no tendrían ningún tipo de consecuencias mientras se administren de manera clandestina. Sin embargo, pese a que la Organización Mundial de la Salud lo agregó hace 12 años a su lista de “medicamentos esenciales”, en la Argentina el único autorizado para ser comercializado es el Misoprostol, como “protector gástrico”. Su precio local además aumentó más de 500% desde que asumió el actual gobierno.
También hace casi cien años el Código Penal Argentino prevé algunos casos donde el aborto no tiene condena, pero aun así las trabas persisten. Desde 2007 existe en la Argentina la Guía técnica para la atención integral de los abortos no punibles y en 2012 la Corte Suprema de Justicia estableció que el aborto es un derecho para toda víctima de violación que presente ante el personal sanitario una declaración jurada, pero con demasiada frecuencia estas normas se incumplen y las arbitrariedades siguen ocurriendo, especialmente en hospitales públicos. En algunas provincias directamente no se respeta la excepción del Código Penal.
Por otro lado, más allá de las discusiones teológicas, es cierto que según la ciencia una célula tiene vida, pero una cosa es la vida y otra una persona, y una cosa es un embrión y otra un ser humano. Una cosa es una semilla y otra un árbol. Usar ambiguamente estos términos para pretender que la “ciencia” ha “demostrado” algo que casualmente coincide con creencias precientíficas antediluvianas, es desconocer que la ambigüedad en los conceptos no es una cualidad que caracterice a las ciencias, y es también ignorar que el conocimiento científico nunca es contundente y definitivo. La vida humana comienza con la concepción, no cabe duda, pero hoy los científicos postulan que la única información que existe en ese momento es la secuencia del ADN: las características propias de cada individuo se van conformando a lo largo de la gestación. Por ejemplo, en sus primeros días de vida, cada célula del embrión puede llegar a ser cualquier parte del cuerpo humano. Por eso más de la mitad de los países tienen absolutamente despenalizado el aborto con plazos que coincidirían con la aparición de sensibilidad ante el dolor o con la actividad cerebral. No me considero habilitado a opinar sobre asuntos religiosos, y tampoco sobre ciertas cuestiones científicas, pero es mi deber llamar la atención sobre las consecuencias sanitarias del mal uso de argumentos falaces.
Por último, es atroz la hipocresía de quienes se oponen a la entrega gratuita de anticonceptivos o a la educación sexual, y a la vez resisten la despenalización del aborto. ¿No están a favor de la vida? Los programas de salud sexual son la mejor manera de evitar los embarazos no deseados, y por lo tanto los abortos. Incluso algunos impugnan los programas públicos de provisión de insumos y de información, pero no impulsan que se prohíba su venta en las farmacias. También en este punto sus ardores morales solamente se orientan hacia las personas con menos recursos.
Pero peor paradoja es que el mismo gobierno que debilitó y desabasteció el Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable sea el que propone el debate sobre el aborto. Ese programa y el aborto no punible son leyes actualmente vigentes, y se hace demasiado poco por cumplirlas. El abandono de los programas de prevención genera embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual. Es difícil creer entonces que estén realmente interesados en modificar las leyes en el mismo sentido en que las incumplen, aunque están a tiempo de demostrar que estamos equivocados en estas suposiciones.
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.