Opinión
Opinión: ¡Qué tristeza que me da!
Procesar los inconvenientes edilicios y los daños producidos por los repetidos asaltos acaecidos en la Sociedad de Fomento “Hipólito Yrigoyen”, en verdad, cuesta horrores.
Procesar los inconvenientes edilicios y los daños producidos por los repetidos asaltos acaecidos en la Sociedad de Fomento “Hipólito Yrigoyen”, en verdad, cuesta horrores.
Porque el razonamiento humano todavía posee capacidad de asombro. Entonces te quedás perplejo, una y otra vez, frente a los irrefutables y temerarios datos.
Son varios, sin embargo, los apéndices a mirar con mesura en dicha entrañable entidad señera del fomentismo local.
Por un lado de la vereda, amigos, marchan los destrozos acontecidos dentro de las instalaciones. Por otro carril, las circunstancias aciagas e inéditas que tuvo que padecer, léase una pesada e incómoda por supuesto, intervención municipal de poco más de seis meses de duración.
En el campo delictual, hemos de recurrir a las declaraciones formuladas en reiteradas ocasiones por el ex referente máximo del barrio, el señor Julio Castañares. Pero si el domingo 18 mismo, en contacto telefónico con este cronista, nos confesó nuevamente sentirse abatido, hundido por los cacos que han asolado la casa fomenteril.
Como así también, nos contó haber denunciado y no contar, la mayor de las oportunidades, con el eco necesario para la solución de tamaños incidentes. Incluso en los meses de la intervención, se concretaron ingresos ilegales a la sede y robos que no han sido aclarados, a decir de Castañares.
Julio estaba frustrado y descontento. Se iniciaron acciones por medio de un abogado, por los procederes que culminaron en la intervención. Y por ella misma. Tan sin fuerzas, tal vez, se sintió que no quiso postularse más y tampoco fue a la Asamblea el lunes 19.
Una puerta interior rota, un calefactor que no “funca”, sillas y mesas que ya no están, utensilios de cocina evaporados, carencia de luz eléctrica y sigue la nómina de ausencias y puntuales elementos que han sido sustraídos o violentados.
Una auténtica calamidad. Como el hecho de no tener en mano la llave para contabilizar el inventario. Aunque, desde las sombras, se pudo divisar un panorama más de una guerra civil en ciernes, que de una añeja institución barrial con tantas anécdotas positivas de otros años, por narrar a los jóvenes de hoy.
¿Qué mente tan enferma es capaz de dañar con saña, algo que es del propio ámbito, del mismo barrio? Es altamente probable que los malos actos, hayan sido efectuados por personas de la zona. Si tal hipótesis se sellase afirmativamente, habría pues que golpearse el pecho y pensar en inmediatas medidas de seguridad.
La segunda incidencia nos traslada, amigos míos, al instante en que se originó la decisión de darle un corte a un problema suscitado con un par de listas ofrecidas a la vecindad, medio año para atrás.
Y lo curioso también hemos de resaltarlo con fibrón rojo, puesto que NADIE en todo este prudente lapso, ha mencionado un mea culpa.
Es imprescindible una revisión de las actuaciones, de los comentarios y de las órdenes impartidas en los días del pre armado de candidatos.
Aquella tarde de película, cuando ardió Troya, hubo vecinos mal asesorados cuando menos, a los que les dijeron que igual podrían sufragar sin siquiera asociarse a la “Hipólito Yrigoyen”.
¿Quién sembró tal resolución equívoca? ¿Por qué se presentó gente que no vivía en el barrio, incluyéndose en alguna nómina? ¿Por qué se tambaleó con la cifra cierta de socios y no aparecieron los libros sobre la mesa?
Cada uno de los involucrados, nos ha descrito su versión, su visión del dilema. Incluso la “madre” del fomentismo, la “Federación”. Sin perjuicio de las declaraciones periodísticas, y fundamentalmente, de los íntimos convencimientos de cada quien, por favor coincidamos en un espacio común: hubo yerros. Y lo esmerilado del tema continúa por la simple razón expuesta líneas arriba: no se reconocen equivocaciones. Nadie aparece como culpable del caos.
Queda ahora aguardar con prudencia y entusiasmo a la vez, que la sede vuelva a lucir en breve, un esplendor acorde. Se avecina un trabajo muy de abajo, muy osado. Ojalá la conducción novel esté con la fortaleza y cuente con el respaldo siempre. Pero sería lógico aclarar lo sucedido en el pasado inmediato, para disipar dudas.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-