Opinión
Cristina Santillán: una sórdida historia
Paradigmático ejemplo de la violencia de género y del sufrir de una víctima que se va envejeciendo de llantos y de ausencias de cariño. Cristina Santillán, enmudeció hasta caer en un abismo. Hoy piden por su libertad y cambio drástico de carátula.
Paradigmático ejemplo de la violencia de género y del sufrir de una víctima que se va envejeciendo de llantos y de ausencias de cariño. Cristina Santillán, enmudeció hasta caer en un abismo. Hoy piden por su libertad y cambio drástico de carátula.
¿Quién, acaso, puede dimensionar con exactitud matemática, y animarse a juzgar, lo que puede sufrir y soportar una mujer, en cuarenta años de relación matrimonial con un cónyuge violento?
Pero si hemos de considerar que aún en la etapa de noviazgo, ya empezaron a divisarse los primarios síntomas del posterior calvario que iría sobreviniendo cada vez con mayor asiduidad en esa pareja despareja.
Por tal motivo, la presente es una tragedia palpable, harto compleja desde luego, mas muy digna de ser observada y, por qué no, atendida con óptica justiciera.
La vuelta al pasado siniestro y asfixiante, no representa para Cristina Santillán, una tarea atrayente; por el contrario, la sumerge en sendos dilemas y preocupaciones sin fácil resolución.
Tal vez enamorarse de Ricardo Orlando Hernández, haya consistido en un traumático yerro del que jamás pudo zafar. Su padecimiento empero, fue más bien de puertas hacia adentro, introvertido. Porque igual siguió trabajando en la Municipalidad de su ciudad, en Azul. Porque no vociferó su Getsemaní. Porque no se incrustó en el pecho herido una pancarta con la inscripción: “Víctima”. Se supone que, en su amor, desinterés y entrega, fue concibiendo para sí la idea de que su hombre mejoraría su conducta. Después de todo, él simbolizaba aquél “Príncipe Azul” de la adolescencia.
No quería advertirlo cual monstruo insultador y golpeador. Era su intención imaginarlo apuesto, sensible, caballero, domesticado. No obstante, cada puteada, cada golpiza, lo distanciaba de cualquier idílico romanticismo novelesco.
El amor es vida, esperanza, acompañamiento. Otra disposición, ya no se lo debiera llamar de tal forma. Y las lágrimas regando el regazo de la mujer, le indicaban cada día de dolor, que no habría sol radiante en la profundidad del horizonte. Aquello evidentemente, no se podía tildar de buen romance.
Entre la culpa, el horror, el anhelo de superar las crisis, y la impotencia a flor de piel, recorrió décadas la infeliz dama. El laburo era el oasis; el hogar el infierno, la génesis del páramo más yermo. Cristina se ahuecó en un rincón, se aturdió tanto que no oía el clamor de sus seres queridos que le iban mostrando las grietas en la pared de su matrimonio terrorífico.
Su salud se fue minando, su psiquis se limó. Y una noche muy obscura, muy azarosa, ella tomó un hacha y fijando un límite para la paciencia, hizo uso de la herramienta, esgrimiéndola en realidad como arma. Golpeó a su esposo dormido en la vivienda de calle San Martín 1.339, barrio Villa Piazza Centro. Tres veces lo golpeó en la cabeza. El almanaque indicaba que era la nocturnidad del 15 de septiembre de 2.014.
El individuo mal herido fue trasladado luego al Hospital azuleño. La señora traicionada por los nervios, fue aprehendida. “Lesiones graves”, rezó la carátula judicial.
Transcurrieron varios días y el golpeador golpeado, terminó en un Hogar de Ancianos, donde culminó falleciendo a causa de una infección generalizada. Automático viraje en la causa: “Homicidio agravado por el vínculo”, subrayaba ahora el expediente.
Cristina conoció la frialdad de una celda. La niebla no cesó nunca en su cielo grisáceo. Hoy por hoy, está en su propia casa, bajo la figura de “arresto domiciliario” al aguardo del Juicio Oral y Público que será por jurados.
Miles de vecinos han rubricado planillas solicitando su absolución. Decenas de organizaciones y personas se abocan con insistencia a revertir la cotidianeidad de la víctima de violencia de género que explotó en aquella satánica noche de septiembre.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-