Opinión
Bochorno internacional
La fuga de los tres hombres sindicados como autores materiales del denominado “Triple Crimen”, es un elemento vergonzante que recorre ya las páginas de los principales diarios del mundo, sembrando un banco más de niebla sobre una causa provista desde el inicio de ribetes insólitos, muy preocupantes y dantescos.
La “mafia de los medicamentos” es similar a cualquier otra organización delictiva de alto porte: corroe y mata. Las implicancias de políticos y personas de alto rango, han rozado peligrosamente cada ángulo de esta investigación.
Una vinculación estrecha increíble, o no tanto, con la campaña de doña Cristina, allá por el hoy lejano 2007, y otras jugosas cuestiones de sendas complicidades, siempre cubiertas por mantos de dudas muy particulares.
“El mundo gira en su espacio infinito”, afirma por ahí una canción. Y en su rodar, o girar, mis amigos, nos trajo a esta realidad con tres tipos que huyen escandalosamente en la madrugada del domingo 27 de diciembre de la Unidad Penitenciaria Bonaerense Número 30 de General Alvear.
Entonces nos enteramos que Martín y Christian Lanatta y Víctor Schillaci, sentenciados a cadena perpetua, se van tranquilamente, luego de permanecer en Enfermería y de contar con un relajo tremendo en la vigilancia. Pero si hasta un niño podría deducir lo tragicómico de la puesta en escena. Un movimiento aquí, otro más allá y una reja que se abre gustosa.
Nada de ahí en adelante ha servido, ha sido tan efectivo, como debiera para dar con los sujetos. La rápida intervención de la Gobernadora con un desplazamiento de cúpulas en la cárcel, el descabezamiento por parte del ministro de seguridad Cristian Ritondo de la DDI quilmeña, los 37 allanamientos, los dos policías heridos en un control rutero, la incesante presencia de todas las fuerzas, todo representa un combo que nos deposita, impotentes, al parecer, amigos lectores, en un nuevo laberinto.
Aquí y allá la tierra y el aire son sondeados. Berazategui, entre el Parque Pereyra Iraola y la jurisdicción de Florencio Varela y Quilmes inclusive. Bajo estricto control. Cientos. Miles de servidores del orden. Y la nada absoluta hasta ahora, al menos.
Todo este barullo cuenta con declaraciones y comentarios de aquellos que saben del tema y de los pretendidos “Sabios de Sión” que se enganchan en aras de un minuto de cámara.
Hete aquí que tal cosa nos pone frente a risueñas consideraciones: “tiene que haber alguien ayudándolos”, dice un señor con gesto adusto. ¡Qué novedad!
“Aníbal Fernández conoce bien el submundo de Quilmes”, es una segunda lectura ministerial. “Los tenemos rodeados”, y ¿qué sucedió, pues, con el lazo? No los sujetó; es más, ni siquiera los agarró.
Es entendible, por supuesto, que no nos ubicamos ante improvisados; por el contrario, son criminales experimentados, jugados si se quiere. Mas, se supone que del lado de la ley, del bien, del orden, también existen gentes capaces de actuar en consecuencia. ¿O no es así?
La inquietud que genera el correr de las agujas del reloj sin resultados positivos, es escalofriante. Temor de unos y de otros. Especulaciones varias, hipótesis lanzadas al viento cual granadas. Y protección policial para éste o para aquél por si hay represalias de los prófugos.
Hay quienes los desean atrapar vivos, pero hay quienes los anhelan ver cosidos a balazos. Evitarían de ese modo, un peligro latente: que éstos imbéciles hablen y se caiga el cortinado de una vez.
A lo mejor nos sorprendería saber por fin quién es quién en toda esta mugre. O quizás no. La verdad a esta altura del cotejo, cualquier guarismo es factible.
No obstante, hasta que la cosa decante, el papelón es mundial.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-