Opinión
“¿Quién decís vosotros que soy yo?
Uno de los esenciales y tristes problemas de la soberbia humana, enfocada sobre todo en aquellos que ejercen liderazgos políticos, sociales, deportivos, etcétera, tiene que ver, roza ostensiblemente, un aspecto saliente, importante, que de a poco, se va diluyendo y se lo observa luego en un lejísimo plano. Hablo, mis amigos, de la capacidad auditiva que no puede ser materia pendiente en los hombres y mujeres que comandan naves institucionales.
Claro que saber escuchar es una ponderable virtud. No es un don para cualquiera, no es posesión común. Sin embargo, un buen dirigente no está exento de tal necesidad imperiosa. En todo caso, deberá aprender en rápidas lecciones, a captar impresiones de los demás.
Creerse superior o dueño absoluto de la Verdad, así con mayúsculas, es un pecado más fácil de cometer de lo imaginado. Es una actitud rayana en la estupidez, ya que nadie logra por sí solo, llevar a excelso puerto la misión encomendada. Pero, resalto, es un mal frecuente en diversos ámbitos.
Ejemplos a nuestro alrededor sobran y bastan para interiorizarnos, para encarnar con nombres y apellidos, lo que voy redactando. No es un pensamiento esbozado al simple boleo; es una aseveración teórica con condimentos prácticos allende nuestra mirada.
Desde la ex Presidente hasta el ex intendente. Desde lo más arriba del poder, hasta lo nimio. Cerrarse en un círculo, con contados allegados que se limitan a exclamar el característico: “Sí, señor”, es un hecho lamentable de toda lamentación.
Los acólitos generalmente sostienen la idea, en público claro, de que no hay otro “capo” como el que ellos proclaman. Entonces motiva tal afirmación, que se eternicen yerros que deben justificar a ultranza y a veces dando un esquema inverso de relación con la población: la de no salir a explicar nunca nada, en aras de no embarrar la cancha, no meter la pata o no decir algo en disidencia con la voz oficial y endiosada del mandante.
Esto ha sucedido y lo sabemos a la perfección. El famoso “tragarse el sapo”, moneda corriente de quienes no rescinden un contrato de lealtad por una exponencial razón económica, o sea, amigos, por no perder un sueldo oneroso. O por no bajarse del vehículo en marcha.
¿O acaso nadie advertía los desmanes imprevisibles de la ex senadora que estuvo ocho años presidiendo la nación, y se quedaba “como con ocho? ¿O acaso nadie se dio cuenta de que la vuelta al redil de Eseverri, junto a los “k”, no era fruto digerible por la mayoría del pueblo local, y sin perjuicio de ello, calló cobardemente, amparado en supuesto silencio de radio que a la postre no brindó satisfacciones?
Las sociedades, las entidades, las personas, requieren de referentes con la humildad suficiente para dedicarle un tiempo al otro. Y hacerlo con vocación de servicio, con la prestancia suficiente, con la impronta de sumergirse en el mundo de ese prójimo que le explica situaciones, marcándole por qué no, desaciertos y virtudes específicas.
Alguien que no es capaz de oír a quien esté a su lado no sirve, ni como dirigente, ni como referente, ni como hombre. Alguien que no acepte críticas constructivas, camina al borde de un precipicio sin entenderlo aún. El diálogo es el principio de la paz, de las enormes apuestas, de las eximias empresas, y es un componente impreso del amor también. Sin charlas provechosas no se avanza, se va en todo caso hacia un determinado sitio solamente tirado de las narices, cual ganado.
Dice la Biblia, el Libro Sagrado de los cristianos, que hasta el propio Jesús, en su envestidura humana, tuvo la ocasión de preguntarles a sus discípulos en consonancia con este tema. En un momento dado de su periplo terrestre, él sintió la curiosidad de oír de sus labios cuál era la posición de sus compañeros de ruta. Y les formuló la pregunta del millón: “¿Quién decís vosotros que soy yo?”. San Mateo 16: 13 al 26.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-