Opinión
Opinión: Devoradora de ilusiones
La trampa más insensata en la cual puede caer un individuo desprevenido es, mis queridos lectores, la de llegar a pensar, aunque sea por un solo instante, que todo está ya dispuesto en materia de seguridad y que, por lo tanto, no queda más alternativa que sujetarse a los vaivenes de la delincuencia.
Por tal motivo y de frente al cambio de Gobierno en los tres niveles, cada ciudadano debiera ponerse en marcha con una petición única, uniforme y concreta y sin atenuantes de ninguna índole: “Señores, es un tema de agenda, sumamente prioritario, éste de combatir el hábito desleal de complicarle la existencia a los demás”.
Obvio que la cuestión no es sencilla ni fácil de resolver en un par de días. Sobre todo porque la costumbre de transitar por el mundo fuera de la ley, es un negocio redondo para muchos sujetos, tanto o más inescrupulosos que los propios indeseables delincuentes.
La maldad es una plaga y sólo se logra disminuir con tesón, voluntad y honestidad a ultranza. Y eso escasea, salvo honrosas excepciones por supuesto.
En el plano local la cosa está con luz de alarma. Con un punto de inflexión real pero a veces disimulado u oculto por la no radicación de la correspondiente denuncia, mas es veraz que hay asaltos, hurtos y robos y que inclusive, amigos, podemos identificar zonas donde se producen con más asiduidad los casos lamentables.
Para el nuevo Administrador de la comarca y su equipo de colaboradores, la problemática tendría que figurar ahí nomás, cerquita de la mano, y por ende, todo el Municipio y los efectores de Seguridad, han de aunar esfuerzos denodados para compensar los miedos y traumas de un pueblo que abona tasas e impuestos y tiene el derecho a caminar en paz, sin tropezar con los imbéciles que eligen el sendero torcido.
Claro que si no se coloca el acento en dónde va, estaremos siempre como en un “gilgal”, tomando estúpidos atajos para desviar la atención. No es época de discursos para la tribuna expectante y apabullada; es hora de darle salida al dilema y expulsarlo. Sino del todo, rebajarle el pelaje cosa que note que acá la lacra no es aceptada por la sociedad ni por los dirigentes.
Y no se ampare nadie, por favor, en sentidas apelaciones a la lúgubre infancia o adolescencia del ladrón. Con esos criterios “garantistas”, el que roba egresa de la Comisaría antes que el mismísimo perjudicado.
Que un tipo entre a una casa y golpee a un par de ancianos indefensos, ¿cómo se lee? Que le sustraigan la moto a una chica que se levanta a las seis de la mañana, cada jornada, ¿cómo se interpreta?
Pero, ¿cómo es factible que apenas cien idiotas útiles, tengan en vilo a una población de 120 mil almas? ¿Cómo se pueden “cargar” tales personajes a jueces, abogados y demás deudos de un sistema que hace aguas?
La gente decente se hartó pero no hace ni mu. En rigor de verdad, le da de comer a la seguridad privada, a los amigos herreros y se nuclea con los vecinos para avisarse mutuamente a través del “celu” cuando perciben algo fuera de lo habitual.
Mientras tanto, la inseguridad continúa su periplo de devoradora de ilusiones. La pregunta es: ¿Hasta cuándo..?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-