Opinión
La soledad del Crucificado

¿Servirà de algo, alguna vez, clamar en el desierto? ¿Tendrà, en tal caso, razón de ser el sacrificio del Crucificado?
Los pasos de la modernidad, de la globalizaciòn, del “todo vale”, de la exaltación de la mediocridad, pareciese negar cualquier atisbo de triunfo a los sendos valores pre establecidos y hoy, tan vilipendiados.
Està a la vista de todos, creyentes e incrédulos, que resulta màs pràctico, correr por las anchas avenidas del devenir común, de la mayoría, que dejarse criticar por los “sesudos” de cotillón, los cuales sentencian frases altisonantes para refrendar su discurso de la idiotez y trivialidad.
Pero cuesta horrores, por lo tanto, permanecer indómito y solitario frente al embate cotidiano y crucial de los extinguidores de la espiritualidad, de la honestidad intelectual y del apego total y continuo a la Verdad.
Cualquier iluso de utilerìa subraya conceptos y ridiculiza instancias morales. Cualquiera de las tantas panelistas de cloacas, pretende inaugurar nuevas maneras de agredir al instituido precepto de ser buenas personas. Hablan con absoluta liviandad de la vida de alguien, sin mirar sus visibles harapos. “Vedetongas”, se erigen como baluartes de la ejemplaridad, banalizando lo que tocan y endiosando o “colgando” a su mal gusto y placer.
El Crucificado vuelve a la cruz, reiteradas veces. Movimientos conscientes o no, lo arrojan al tosco madero. No es muy atractivo subir al escenario del dolor, de la búsqueda de la trascendencia. El ojo vulgar, prefiere hurgar en las exquisiteces de la comida del rebaño.
Una discriminación, un olvido letal, un gesto adusto, todo y cada cosa, apuntala la idea de reincidir en la culpa, en colocar otra vez màs los clavos. Autènticos soldados romanos contemporáneos.
Los procederes de quienes confrontan con la vida misma, son alarmantes y cada hora màs divulgados, para que machacando cual yunque, entren en la mente y corazón de la gente desprevenida.
Se horadan los cimientos y se perfila otra sociedad, consumista y sin tiempo para pensar. Lo interesante es la apariencia y se nivela hacia abajo, total, la corriente va en tal dirección.
Es imposible luchar con dignidad, con armas acordes en este contexto. Nadie sugiere bajar de la cruz al Señor Crucificado. Que quede ahì; que asì no molesta, no sea que descendiendo del Gòlgota, termine acusando a los díscolos y poco pensantes.
Los espíritus libres, comprenden. Los profetas del camino estrecho, también. Plantarse es poco gratificante, mas no es potable otra actitud, aunque se pierdan supuestos amigos, aunque estallen de odio las redes.
Al padeciente lo dejaron abandonado. Un joven con una sàbana quiso ser el único acompañante. Pero ante el inminente peligro y castigo que podía recibir, huyò también èl. La cruz no seduce. Es un trago hiper amargo.
El cable se balancea demasiado como para sostenernos a todos. El tufo fètido de la hipocresía reinante, se percibe con un excelso olfato.
Es màs pragmático sumarse al coro feliz de la plaza. No investigar ni husmear màs de la cuenta. De última, siempre quedarà la estrategia del “algo habrá hecho”, o la otra: “no te metas”.
Conviene, entonces, dejar solito al pobre Crucificado, hacer còmo que nos duele y seguir “mansos y tranquilos”, sin memoria y parcializando la verdad de la milanesa.
A propósito de cruces clavadas todavía: el 15 de abril hubiese cumplido 59 años Paula Lambruschini, quien fue asesinada a los 15 años de edad, el primero de agosto de 1978. Pusieron una bomba que la ultimò. Bah, la colocò una pérfida terrorista, no una joven idealista, llamada Lucila Rèvora de De Pedro. O sea, mis amigos, la madre de nuestro actual Ministro del Interior.
Por eso, no solamente optamos por alejarnos del Crucificado, sino también obramos para reinstalarlo en su cruz.
¿Se me ha comprendido?
Por Mario Delgado.-

