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Opinión

Cambio de actitud 

La columna de opinón de Mario Delgado.

La mediocridad cunde. Avanza agazapada u oronda, depende la circunstancia. Pero continúa su senda tumultuosa, consiguiendo adeptos por doquier. Una pena ostensible. 

Lleva consigo a la pusilanimidad, a la pretendida “viveza criolla”, a la búsqueda permanente de acomodamiento, de poseer cierto “status”, sin implicar tal cosa una mínima demanda de amor o respeto, al menos, por los valores éticos. 

Una estafa tas otra. Un acostumbramiento truculento inviable en otro tiempo de la Patria nuestra. La cotidianeidad parece cumplir su función de apartar las mentes de los problemas reales, tangibles y traspolar los espíritus de los 45 millones de argentinos, salvo exclusivas excepciones, hacia lo superfluo. Todo en aras y con la siempre vigente excusa de entretener al pueblo cansado. 

A toda esa capa de soeces “costumbres”, se le ha anexado, quizá como resultante de la todavía “misteriosa pandemia de Covid 19”, un atributo muy grosero y extendido, ultra común a esta altura del cotejo: el miedo inoculado. La gente, en su gran mayoría, adquirió en altas dosis, un pánico escénico profundo. Se propagó y enraizó en cada palmo de la Argentina, un espeso y palpable terror a morir. 

Los personeros del mal, propagadores de tal efecto, hicieron un denodado trabajo al respecto, comprando voluntades, gobernantes y, por supuesto, medios de comunicación que lo único que titulaban eran textos e imágenes escandalizadoras de víctimas del virus de Whujam. Hasta el más fuerte, creyó desfallecer. 

No ocurrió así, empero mis amigos, en la gloriosa época de la Reconquista Nacional, baste leer los archivos del Cabildo con relación a este ítem tan medular. Si hasta los pibes de 12 años, solicitaban armas para combatir al enemigo. Claro, otro gran detalle, otra apostilla a pie de página: conocían de sobra quién corno era el adversario. 

Otro episodio que marcó a fuego la diferencia entre el ayer y el hoy, fue la cruenta llegada de la Fiebre Amarilla. No hubo esbozos de cobardía o divorcios de opinión; la ciudadanía adoptó una tesitura de valentía y auténtica solidaridad, desde el sistema de salud hasta la más humilde persona. Sin dudas, un golpe directo a las contradicciones contemporáneas. 

Incluso frente a la Guerra de Malvinas, los soldados dieron lo mejor de cada quien, soportando frío, soledad e intrínseco miedo que la ocasión ameritaba. No hubo “Rambos”; hubo héroes. Malogrados quizá por la indiferencia, por el deseo triunfalista, por el desamor a lo nacional. 

En estas épicas etapas que he citado, se dispone un mínimo cuadernillo de actitudes desarrolladas con entereza y dignidad absoluta. Pequeñitos pero a la vez, grandiosos sinónimos de altruismo bien comprendido, de verdaderos “cojones” u ovarios. Pero, fundamentalmente, de pasión por la vida. 

Ahora resulta extraño sentir una identificación con tales actos. Por los matices incorporados, conscientes nosotros como sociedad, o no de su implante. Ni es preciso fijar esa pauta; lo crucial es echar cada jornada más leña al ardiente fuego de la genuflexión, de la hostilidad al concepto baluarte de “nacionalismo bien parido”. 

Entonces se procede al “Operativo Distracción”, a embobar, a arrastrar, a enlodar, con la mira telescópica colocada en un objetivo predeterminado y cruel: que los millones de seres que forman parte de esta geografía sureña, no piensen en “Patria”. Que no se enorgullezcan de la vida, sino que se sumerjan en un mar crispado de muerte y desolación.

¿Se logrará, acaso, un día no distante, un cambio de actitud? 

Por Mario Delgado.-    

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