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Opinión

Gustavo Béliz, ¿el Censor moderno?

 

Entre las noticias que se disipan con facilidad asombrosa, quizá por propia decisión de los autores o por la vorágine cotidiana de la población que se abate cada hora màs frente a la imposibilidad manifiesta de arribar con bien a fin de mes, aparece una que realmente debiese inquietar, molestar y acarrear un intrínseco repudio generalizado. 

Lo que mayor grado de preocupación conlleva esta mala nueva, es quien la pergeña: se trata del doctor Gustavo Bèliz, un intelectual de fuste, partìcipe incluso en varias gestiones de gobierno, una persona de diálogo, allende la Iglesia Catòlica, con sòlidos predicamentos. Sin perjuicio de su capacidad mental y su experiencia política, su propuesta nos podría hacer retroceder en el tiempo y llevarnos al oscurantismo de la última Dictadura Cìvicomilitar donde obraba un mìtico personaje llamado Tato, el Censor que se ocupaba, cual su descripción, a cortar literalmente películas y dejarlas asì servidas al público, sin aquellos toques de presunta inmoralidad, o negativismo, según claro el análisis del poder de turno. 

La sospecha de Bèliz lo sume en un mar de fango. Lo degrada y lo posiciona en un sitio muy inexplicable. No se podría volver desde ahì, si su proyecto cobra vida. Entrarìamos todos en una etapa sòrdida y poco convencional, donde otra ocasión màs, la utilización del miedo inoculado, saldría a recorrer calles y computadoras personales. 

Para don Gustavo, las redes sociales, tan difundidas y al alcance de cualquier mortal, son una herramienta conductora de jezabèlicos hábitos, entre ellos distinguimos la crìtica al oficialismo de este momento. 

Hete aquí que este señor propone, sesudamente, que se cree, que se implante, que se imponga por Ley, un ente regulador de las redes “para que dejen de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”. 

Nadie puede digerir tamaña noticia y no caerse de espaldas, cuando menos. Por las intuidas consecuencias que irìa trayendo consigo tal asedio a la gente de este país. 

Obvio, existiría en tal caso, un explìcito Manual de Consulta donde estarán escritas las normas del censor. Allì brotarìan los rìos del saber oscuro de las prohibiciones, que en la praxis ya han cobrado víctimas, por ejemplo en Facebook, donde se han bloqueado perfiles o hackeado cuentas por “dichos ofensivos” contra el poder central.

Entonces lo peor es actuar con indiferencia, no subrayar lo inviable de esta fantochada. Denunciarla con amplitud y sin temor. El pánico ya demasiado daño le hizo a esta nación durante la prolongación indefinida de las bucólicas cuarentenas autocràticas. 

Màs allà de ciertas actitudes de personas en las redes, convengamos que los grandes demonios que acechan en las chinescas sombras, no provienen de postear en casa cosas anti gubernamentales. La problemática concreta està en otro lugar. 

El falsear la verdad con relatos inscriptos para la oportunidad; la creciente impunidad; la carencia comprobable de nobles ejemplos. (Recordemos nomàs un segundo lo acaecido en Olivos y la fiesta cumpleañera de Fabiola. Se ordenaba una baterìa de imposiciones y no se procedìa ni siquiera en la alta esfera, a servir con el ejemplo. Una parodia mentirosa de un poder enclenque y sin autoridad). Y se podría citar como sello, la corrupción que galopa libre por las praderas vernàculas, cada hora con mayor liviandad.

Por tales motivos, mis amigos, excomulgar a las redes sociales, ponerlas en apuros, es un intento llano de legalizar la censura a ultranza y para nada habla en favor de quien se ufane de avasallar los derechos elementales de cada quien. 

Quizà los antecedentes de la inconstitucional sucesión de mórbidas cuarentenas, le ofrezca a Bèliz un platillo caliente, tentador y apetecible. Si la ciudadanía y los medios, nada expresan con denuedo sobre esta impúdica alternativa, tal vez tenga, pues, el alicaído poder una luz de ventaja para someter al manso pueblo. Depende de todos frenar al pichòn de Tato, al censor moderno. 

Por Mario Delgado.-  

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