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Opinión

La división está. Depende del relato

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Triste es reconocer la verdad de la cuestión: en este país nunca han faltado motivos, ni faltaràn, para crear de la nada, divisiones. 

Desde los albores mismos de la patria, desde su primer gobierno de 1810, hasta el presente. De unitarios y federales. De peronistas y anti. Con idénticas tonalidades de autoritarismo y estupidizaciòn. Con la maza colocada sobre la idea del otro. Despojàndolo de toda credibilidad, para hacerlo eclipsar bajo los pies de plomo del relato oficial del instante. 

Ante tal circunstancia, solemos endiosar a nuevos próceres y quitar del medio a otros. Tal actitud nos lleva a odiar o criticar a Sarmiento, Alberdi, Roca y demás, poniendo en sus sitios nuevos baluartes y deshojando la margarita del recuerdo a nuestro favor. O, dicho de otro modo, acomodando los sucesos al modus operandi del relato obsecuente. 

Entonces un dìa nos desayunamos con la noticia casi histórica de que don Cristòbal Colòn, héroe por generaciones, fue quitado de su pose para colocar allì a doña Juana Azurduy. No se hablò en ningún renglón de una factible “convivencia” de adalides; sino primò la destrucción de uno en pos de la segunda. 

Claro que obrar de esa manera, no garantiza piensa uno, nada. No sería alucinado creer que mañana, si el pragmatismo lo indica, vuelvan por la heroína de hoy y la humillen, trasladándola al “exilio” obligado. 

A propósito, bien vale recordar lo que nos contaron nuestros abuelos y padres: aquellas viejas consignas del antiguo Peròn, o al menos de su entorno màs acérrimo, de colgar a enemigos de la Doctrina con alambre de fardo. Luego vino el terrorífico “Que viva el cáncer”, ante una Evita enferma y la cosa se pudrió con el bombardeo a la Plaza de Mayo. O, decir mejor, a la gente que ocupaba ese espacio en esa hora terrible. 

Pero nada cesò allì y la lección de dicotomías maléficas, no la aprendiò el querido pueblo compatriota. 

Por tal situación, no me asombra que un apreciado primo que vive en la ciudad de Pehuajò, me cuente que hace apenas algunos años, cambiaron el nombre del acceso a la localidad: mutò de Nicolàs Avellaneda a Nèstor Kirchner. Y la arteria primordial, dejó de denominarme Bartolomè Mitre, para ahora ostentar el nombre de Raùl Alfonsìn. 

No hubo, me refiere, revuelos reinvindicadores en ninguna de las dos oportunidades. A nadie en definitiva, le interesa el revisionismo histórico en serio, la mirada punzante y descifrar quien fue quien, despojados los revisores del toque de fanatismo histriónico. La gente en general, se supone, marcha por otro carril, el de sus propias preocupaciones cotidianas. No puede ni desea involucrarse en discusiones tan teóricas y estèriles a la vez. 

El tiempo transcurre entonces, y los detractores de Sarmiento exhiben su parafernalia y lo degradan y la mansedumbre del rebaño, sigue su curso. 

Debiese dar algún signo de pena tanta oscuridad desparramada, cual humo provocado por las màquinas en las fiestas. Ojalà aunque màs no sea, pequeños atisbos de sensatez nos tomen de cuerpo entero. Y, como anhelo supremo, que loable será que captemos las imágenes a pantalla completa, sin obviar detalles, sin dejar de lado lo que no nos conviene o con lo que no comulgamos. 

Por Mario Delgado.-    

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho