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Opinión

La crisis de credibilidad

Una de las tristes situaciones que nos barnizan por estas horas modernas, se relaciona en forma directa, mis amigos, con la constante pèrdida del valor adjunto que supo coincidir automáticamente, con la palabra empeñada.
En tal contexto grisáceo, a la descomunal agresión que se registra y admite, contra los tradicionales valores que marcaron a las generaciones pasadas, hemos de sumarle, muy a nuestro pesar claro, esta sucesión de dislates que se emparentan con la ausencia de compromiso y seriedad al instante de proferir frases inconexas.
Tal complejidad ha de notarse, como una humedad penetrante y poco grata, en todo ámbito de la vida argentina. O sea, siendo sinceros y simples, cada área social posee ciertos referentes que no cuentan con la menor cuota de credibilidad de sus vecinos, de sus mandados, de la comunidad en general.
Una absoluta làstima de carácter, por ahora, irreparable, puesto que, a buen entendedor, nadie reacciona como para fomentar un cambio, una positiva mutaciòn de actitud.
Por el contrario; se afianzan en sus sillones, se apoltronan, aquellos seres que, sin drama alguno, van sumando mentiras y engaños a su currìculum vitae.
Se ha naturalizado que cualquier persona, se maneje en esa constelación tan falaz. No se valora al parecer, el denodado esfuerzo por permanecer en integridad; sino la coyuntura, el pragmatismo y la circunstancia.
De modo tal que nos sumergimos en un tiempo que, aùn no sabemos del todo a ciencia exacta, cuando arrancò, mas intuimos que llegó para establecer su reinado de oscurantismo dialèctico y pràctico.
Nada queda sin observarse, dentro de la escalada de la negatividad que implica el hecho puntual de no decir la verdad el dirigente. Y de no ser creìdo el sujeto en sus dichos.
No obstante la cotidianeidad de estas cosas, ya hemos de referir que existen encuestas que emocionan a los nostálgicos de la palabra documento: daría la tìmida impresión que, para ciertas almas sensibles, no es todo lo mismo y ya distinguen a quienes mienten por costumbre de aquellos que, con total maestrìay estoicismo, tratan de ir en aras de la verdad constante.
Todavìa hay esperanza, si las personas se preocupan por estos detalles, aunque no sean todas todavía. Ya hay un buen caudal de ciudadanos que expresan su descontento con los engañadores consuetudinarios que a nada arriman.
Las contradicciones en la dirigencia nuestra de cada jornada, muchas veces, tiene que ver con la magnitud de las fachadas que se disfrazan. De la multitud de falacias, los hombres de òptima voluntad, terminan hartándose, tarde o temprano.
La vara de los valores no puede continuar siendo tan vilipendiada porque sì, como si nada ocurriese, como si lo anormal habrìa que aceptarlo cual imposiciòn.
Es casi un deber cìvico, reparar el daño causado y concebir un reglamento implícito para nòveles y viejos referentes de algo, sean políticos, religiosos o fomentistas: ir en pos de la veracidad, imprimir frases coherentes y ser individuos poseedores del máximo galardón: la credibilidad de sus congéneres.
Por Mario Delgado.-

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