Opinión
Si no voy al baile, me muero

Y resultò ser un dìa cualquiera, tal vez el menos pensado, que arribò desde China un virus coronado y nos mutò las vidas cotidianas que llevábamos adelante todos.
Entre las variaciones negativas que produjo tan violenta e inesperada irrupción, hemos de contabilizar la imposibilidad manifiesta, desde marzo de 2020, de asistir a lugares de esparcimiento y mover el cuerpo a voluntad. Coartaron desde las altas esferas del poder central, semejante actividad recreativa y de utilización masiva.
Es que el baile en sì, como disciplina, como diversión, como canal para conocer personas, es una herramienta harto difundida. Con sus incondicionales adeptos de todas las capas sociales y franjas etarias. No discrimina a nadie la danza, tanto a profesionales como a principiantes los recibe y se congratula con cada quien.
La alegría o el romanticismo de la danza quedó trunco y dejó paso, por ahora, a pequeñas puertas abiertas al disfrute del canto en vivo inclusive, pero sin bailar. Esta modalidad viene ganando terreno por estas tierras nuestras, con varios resto bares o pubs que se han puesto a disposición de tal realidad musical y de acompañamiento, recibiendo en ocasiones a un público afectuoso y deseoso de oìr los acordes de los diferentes artistas ahì nomàs, muy cerquita de ellos.
Pero claro, mis amigos, toda ley pareciese establecer también su trampa. Y surge entonces, una autèntica dicotomía entre bares, una polémica silenciosa si se quiere, pero veraz: hay algunos propietarios o concesionarios de sitios determinados que se quejan de una especie de “mano negra” persecutoria para algunos, en beneficio de otros. Estiman que no se halla equidad a la sacro santa hora de controlar la cantidad de gente, por un lado, y lo que es aùn peor, dicen los bolicheros apenados, que no se concentra Control Urbano en la temática del baile como debiera, dejando hacer en ciertas oportunidades a unos y sancionando al resto.
Esta actitud marcarìa un sesgo de impunidad o de negocios ya subrayados de antemano, puesto que aùn habiendo fotos y videos de personas bailando en algún bar especìfico, el tal comercio continùa su curso. Los atisbos de “acomodo” dan como resultante la idea fuerza muy generalizada de que un par de bares, allende el arroyo Tapalquè, gozarìan de cierto apañamiento, aunque hayan por ahì, sido multados. Sin perjuicio de ello, su acción rebelde persiste. Como asì su incumplimiento de cualquier aforo que se precie de tal.
A unos se vigila y a otros, quien sabe. Por idéntico carril de dramas transita hoy un club local, ubicado sobre la Avenida Urquiza. En esta entidad se congujan varios factores, sobrepasando los lìmites de interpretaciones comunes.
Es evidente que las decisiones desde el inicio de la pandemia, vienen teniendo visos de incongruencia. Que se ha optado por criterios establecidos en un lugar centralizado y desde allì, bajan las òrdenes a obedecer cual mansos corderos. Con presuntos sabios científicos y derivados. De eso hemos escrito casi en soledad desde el vamos. Mas no son detalles nimios: si jamàs hubo coherencia o sabiduría, ¿por què cornos habrìamos de pretender que de golpe despierte el conocimiento?
Incumplir las disposiciones vigentes, lèase la estricta prohibición de bailar, acarrea lógica multa y/o clausura. Esto lo sabemos a la perfección. El punto que se discute es, controversial empero: se manifiestan opiniones de permisividad oculta o visible para ciertos espacios y tajante tarea de severidad para otros, sin tèrmino medio.
No obstante lo central pasa por entender que un “NO” en Olavarrìa al menos, puede ser un “TAL VEZ” si contàs con cierto apellido a cuestas. Y, oh casualidad, se entromete aquí, la cuestión política, barnizando hasta esta temática tan particular. ¿Bailar o no bailar es en nuestra comarca una oportunidad política? Nada que asombre, de todos modos, nada nuevo.
Por lo que se divisa en el horizonte, antes de lo imaginado, se correrà el velo y todo mundo vacunado con las dos dosis, se agolparà para el ingreso a boliches bailables. Eso hará dejar atrás la frase del momento tan angustiante y masiva: “Si no voy al baile, me muero”.
Por Mario Delgado.-

