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Opinión

Los poderes del Covid 19

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Desde aquel trágico 20 de marzo del 2020, cuando el máximo Jefe político de este país, anunció en cadena nacional, con ínfulas de emperador, el macabro inicio de la sucesión interminable de cuarentenas, puse en obra un pensamiento crìtico.
No he actuado con hipocresía: desde el vamos citè la plena violación a los derechos constitucionales de los ciudadanos que referìan los decretos del hoy tan deslucido Alberto Fernàndez. Jamàs bajè los brazos en mi derrotero, aùn frente a personas que me trataron de todo y ni hablar de los que me borraron de sus redes.
Pràcticamente en absoluta soledad, irrumpì en la escena resaltando lo peligroso de dejarnos encriptar tan dócilmente. Y expuse con toda humildad pero firmeza, mis anhelos de no caer en la vil trampa a la que nos llevaba y llevò nomàs, Balcarce 50.
Bastarìa echar una liviana ojeada a las columnas de esos tristes días de silencio en las calles y de temor enervante para sellar lo que voy marcando. Tuve tibio apoyo de personas que fueron comprendiendo los desquicios oficiales, pero no mucho màs. El recelo cundìa, hasta con lo que decía o escribìa desde mi atalaya.
Las mentiras y yerros gubernamentales opacaron las primigenias apetencias de las almas que fueron seducidas por el poder central. La inoculación permanente de pánico por doquier, hizo de las suyas y la ciudad era un campo minado, una aldea fantasma.
Los meses fueron pasando lentos, pesados, y trajeron consigo miles de muertos, enfermos de todo tipo, cientos de ellos no atendidos, endeudados, traumados, y matrimonios en crisis por las irremediables tònicas del dìa a dìa tan irrespirable.
Hablar ahora de cada persona desamparada, de cada duelo no concretado, de cada engaño con presuntos expertos, títeres del Gobierno, llevarìa demasiado tiempo y energía, baste subrayar que, con el devenir de los aconteceres, las aristas se han pulido bastante y ya son menos los que todavìa confían en Casa Rosada.
En consonancia con mis apreciaciones, hubo un grupo de 200 abogados porteños que interpusieron un Recurso de Amparo por la inconstitucionalidad de los DNU “cuarenteneros”, y se ha advertido con lentitud, pero con agudeza, una mayor asimilación a ese batir de palmas solitario de este modesto servidor.
Nada de lo expresado ayer, ha podido desvirtuarse. Los que me vilipendiaron, nunca expresaron sendos argumentos vàlidos; sòlo se tragaron el pueril anzuelo del “Estado te cuida”.
La dictatorial consigna esgrimida de “Obediencia o Muerte”, se derritió fácilmente. Y las desnudeces quedaron a la vista del observador imparcial, del espíritu libre, indómito.
Hoy resulta atractivo jugar al “puching ball” con las idioteces reveladas; antes era inviable tal gesto. Sin embargo, he ido en busca de la verdad y la coherencia, reconociendo a cada pasito la autocracia de un poder soberbio y equivocado en el manejo de la pandemia.
Entonces, mis amigos, cuando leo que una señora letrada, de nombre Eliana, se sensibiliza con la situación acuciante en la que permanecemos sometidos, interpreto que, por suerte, fui un profeta clamando en el desierto con la palabra y la pluma de la VERDAD.
“La pandemia te encierra, pero no te libera. Al Estado le da potestades inconstitucionales, a los ciudadanos les restringe los derechos constitucionales. Es tan simple como eso”.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho