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Opinión

Lo difícil

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Para gran cantidad de personas mortales, como vos y yo, les ocasiona una demencial molestia en estos días, tratar de conciliar el sueño luego de una jornada agotadora y sin variantes desde lo anìmico.
Se exhiben incluso a la vista, prospectos de medicamentos preparados para la tarea mágica de permitir que el pobre sujeto pegue los ojos, aunque màs no sea de forma artificial.
La terrible vorágine impuesta por la nueva agenda mundial del Covid 19, transmutò almas y cuerpos en todo el orbe. Mas hablemos apenas de nuestro territorio, de este suelo patrio tan vapuleado de por sì.
Dicen los que saben, que no estaba para nada dispuesto el sistema de salud en general, para recibir a tan desagradable huésped. Hubo que laburar con tutti el año pasado para equiparar fuerzas. El intento se hizo con actores vivos, sufrientes, de carne y hueso, que sienten emociones y cansancios nòveles, pese a todo el profesionalismo del que se jacten.
Es lógico pensar que cada quien siempre necesita la ayuda mèdica, en algún instante de la existencia o en varios. Despreciar a los efectores de la sanidad, màs aùn hoy, es contraindicado. Representa una actitud necia, absolutamente imposible de tolerar, provenga de la elite o del vulgo.
La permanente batalla en los lugares de trabajo de los médicos, enfermeros y demás trabajadores sanitaristas, es encomiable, aunque cometan errores como cualquier ser terrestre.
En lugar de recibir una caricia, han sido presas de una frase desalentadora, funesta, que los sitùa del otro lado del ring. Una pena, porque cientos de guardapolvos blancos, van trayendo calma y alivio en medio de una situación única, compleja y dramática.
Entonces no sería raro que un sanitarista no logre dormir naturalmente, después de lo que ve, de su labor al pie del cañòn. La desesperación y el hartazgo cunde, y la valoración de su empeño, no se nota, no es cristalizada, màs allà de considerables avales ciudadanos.
Aunque convengamos que quizá tampoco duerma bien el almacenero de barrio. Con estos cambios horarios y malas ondas, apenitas si va resarciéndose de deudas y reponiendo mercaderías, con una deforme inflación mayor al 4 % mensual.
Claro que, en tal contexto, queridos amigos, ¿por què habrìa de quedar exceptuado del mal sueño, el albañil? El pobre hombre ha sufrido los embates de los demenciales y trastornadores cierres del 2020, las amenazas actuales lo incomodan y los vaivenes de la realidad lo azotan. Y, para ser justos, no gana tampoco conforme a su rendimiento laboral diario.
Uno no tendría que dudar del pésimo dormir de los encriptados, que no han podido salir por su edad o su constante miedo al virus acechador y traicionero. Han optado por la cárcel hogareña, con los carceleros de la tele, que golpean la mente frágil con cifras y datos conmovedores de contagios y fallecimientos por doquier.
Ya cuentan los psicólogos de confianza, que los pequeños niños, van a la par de los adultos en el trauma. Les puede costar horrores concentrarse y no buscar tras la cerradura de la puerta de entrada a casa, al virus chino. Y, cuando parecían encaminarse muy lentos a una semi tranquilidad escolar, se los inquieta con posibles cierres de escuelas.
Seguro que en este orden, habrá docentes sin pegar un ojo. Màs que nunca, necesitan de la contención familiar, del espaldarazo genuino, no del abrazo traicionero o servil, cargado de intereses partidarios.
Una puja desatada entre el criterio colectivo, y la mano extendida de ciertos gremios. La educación como prioridad ha desdibujado cualquier opinión contrapuesta en Europa, por ejemplo. Acà se duda hasta del agua de manantial.
A no olvidar en este compendiado recorido, a policías, veladores del orden público que de seguro, a su turno, no la están pasando bien. Ni se hallan cómodos frente al flagelo, las horas extras y el estrés.
Por tal motivo, prescindir de los convecinos con problemas de salud e incomodidades para apoyar la cabeza en la almohada, redunda en un desconocimiento de la vasta circunstancia que nos rodea y equipara en desazones compartidas e incertidumbres anexas.
Vaya desde esta columna de opinión un sonido de alarma que nos motive a todos a unir voluntades en pos de salir de esta hipocresía reinante.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho