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Opinión

Una heladera

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La sensibilidad social es algo que se palpa, se siente, se vive en el alma. No es una puesta en escena de ocasión. Y, como tan dignificante condición, lleva intrínseca un dolor, una pena silenciosa que suele aflorar ante una circunstancia especial.
Las necesidades materiales son diversas hoy en entidades, familias y en todo ámbito de la cotidianeidad. Es pertinente también comprender que no se logra paliar adversidades muy fácilmente. No es soplar y hacer botellas; hay que poner el corazón y, a veces, observar con cierta impotencia la no cristalización de los anhelos màs profundos.
Quizà lo màs conveniente para certificar las carencias, sea recorrer con detenimiento, pisar sin prisa distintos terrenos, estar en los sitios adecuados, dialogar con referentes y miembros de las instituciones. Una panorámica directa, sin filtros ni eufemismos, de lo que acaece.
Las capacidades que otorga el conocimiento de primera mano, son varias. Una de ellas consiste en contar luego, con autoridad plena para hablar del asunto en sì. Sin versiones llegadas por terceros.
Dimensionar personalmente es fundamental y debiese ser una condición constante, en la medida claro, de lo posible. Es también verdad que a veces no se puede arribar en tiempo y forma al destino, al punto donde nacen las dificultades. Empero, bien vale remachar la idea de la presencia, de la visualización in situ.
Por supuesto, amigos, que ser sensibles y solidarios, debe acompañarse de una cuota eminente de practicidad. No es solamente quedarse en el hablar, en el discurso, en la bella teorìa y ver en derredor. Menester es obrar y poner en marcha el brazo de las soluciones.
Optar por un “muro de lamentaciones”, frente al problema o la ausencia de algo equis, tampoco sirve. Ni complacencia absurda, sin efecto resolutivo, ni salir por el lado de la indiferencia. Tomar al toro por las astas y tratar de ser ejecutivos. Virtud interesante de la vertiente de la caridad y calidez humana.
Acciòn y reacción. Digitar respuestas y no ahondar en búsquedas vanas y que sòlo complican o prolongan los pesares. No aplicar charlas de café ante el hierro candente.
La mano puede abrirse, tendièndose y el cerebro, a su turno también, para idear y concretar una franca contestación desde la òptica de la praxis. De diagnósticos o culpabilidades, nos hallamos repletos. No bucear solamente en los porquès de la encrucijada, perdiendo energìas y valioso tiempo en teorizaciones atrayentes quizá, pero poco resolutivas.
Doy todas estas volteretas dialécticas para compartir con ustedes que la señora Directora de la Escuela de Iturregui, manifiesta, a quien quiera escuchar, con total claridad que en tal establecimiento educativo, falta una heladera. ¿Cuànto puede valer una heladera nueva o, en todo caso, usada en excelente estado?
Y, hete aquí, la sorpresa o no. He aquí el silencio ominoso y perjudicial. Y las miradas que se posan furtivas en un àngulo u otro. “¿Una heladera, nomàs?”, pregunta alguien, como al descuido, como aludiendo a una materia sencilla de toda sencillez.
“Una heladera”, sintetiza y afirma por enésima oportunidad la docente, experta en vicisitudes campestres. Basta prestarle atenciòn unos provechosos instantes, para descubrir un mundo de particularidades que tiene su lugar de trabajo. Allì nada es por artilugios de magia; por el contrario: se construye dìa a dìa un micro clima, sin esquivarle al sacrificio y a la pasión. Y al ingenio.
Desde hachar leña para alimentar la salamandra, hasta darse maña para prender el motor de agua, que posee sus trampitas para funcionar. Desde aprovechar al máximo la luz solar, hasta quedarse en soledad, sin la hermosa Internet. Con la compañía apenas de las emisoras de AM, porque las FM no arriban con su señal por esos pagos.
Un contexto muy duro, y falta una heladera.
Lo triste resulta evidente: nadie se hace cargo, nadie exclama: “Yo la compro o gestiono una, ya”. ¿Se me comprende?
No es ganar sueldos acordes ni ser distinguidos en una sociedad. Es un grito brotando libre desde el espíritu. La solidaridad se practica, no se la declama para la tribuna.
El pedido continùa taladrando oìdos, incomodando. Pero el poncho no aparece.
O, en este caso, la que no aparece es la señora Heladera.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho