Opinión
Ecos diluyéndose

No resulta tan fácil pero de a poco, se iràn diluyendo los ecos del caso Maia. Un hecho singular que despertó la curiosidad en muchas personas hacia la pobreza y la niñez sin futuro. Y sacò a relucir las màs arteras dosis de hipocresía, puesto que hubo quienes fingieron no saber de la existencia de otras cientos de Maias en Buenos Aires, el dichoso conurbano y acà mismo, donde hay personas, no tantas, pero hay, en situación de calle.
Opinadores de ocasión, políticos y hasta periodistas, se rasgaron los vestidos llorando a mares por la niña y su drama. El autèntico problema consiste en las carencias continuas y constantes de esas almas y su pésimo entorno, lèase madre y resto de familia.
Madre adicta, niña con hambre y no escolarizada. E indocumentada con siete años. Y un sujeto, amigo de la mamà, que regalaba yogures a le nena y que, de golpe, se convirtió en presunto criminal de la peor ralea. Aunque sea en verdad un tipo con retraso madurativo que invitò a Maia a pasear. Ni comprendià la dimensión de sus actos. Pero ya lo habían calificado de todo los “sabiondos de escritorio”. Y los idiotas que se hacían los tontos y simulaban no saber de la cotidianeidad de tantos indigentes pululando.
Una vergüenza ajena este país. Siempre hubo pobres y los habrá. Si acà mismo se puede ver a una familia debajo de una fría alcantarilla. Pareja joven con una beba de ocho meses. ¿Entonces? Y los muchachones en la parrilla abandonada de Pringles y Trabajadores. Y seguir sumando, nomàs. Cuestiòn pràctica, visible.
Pero es màs plausible hacer el papel de imbécil inocente y que los incautos se traguen el verso de que habrá que actuar en favor de los hermanos sufrientes. Reverendos hipócritas. Sumamente falsos.
Lloran los sensibles al divisar a la pequeña en brazos de la libertad. Y aplauden al unìsono el enorme circo planteado por don Berni y demás payasos. Una locura total. Màs de quinientos policías y la niña apareció por una señora que la reconoció. Paìs que duele cada dìa un ápice màs.
Una nación que se dice cristiana pero nadie hace nada en concreto. Nunca. Se planta una carpa momentánea para la exhibición del minuto y luego, otra vez a casa, a disfrutar de la comodidad del hogar.
La seriedad de tales problemáticas es digna de análisis. Tambièn convengamos en decir que se ubican en el escenario, personas que no se dejan auxiliar, que prefieren deambular con sus cuitas por doquier. Asimilan la liberación de sus espíritus y no anhelan sujetarse a nada. Y se van acostumbrando a pedir. Y a que les den. Como un vicio retroalimentado. Habrìa que salir del closet y observar.
Por Mario Delgado.-

