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Opinión

El deshago de las redes

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Las redes sociales son una bendición y su uso es múltiple y diverso. Con acepciones varias. Llegan y se instalan en todos los ámbitos, cubriendo todas las capas sociales y edades.
No hay, por ahora, al menos, corporaciones que direccionen las opiniones o los contenidos. Lo que sì, como se suele advertir, hay quienes optan por cubrir sus rastros y rostros con perfiles apócrifos y disimulan asì, su autèntica identidad. Ese es un punto controversial, porque desde el anonimato, se puede orquestar una campaña de difamación contra alguien.
La pluralidad de asuntos por tratar, abre pòrticos atrayentes y continuos. Hoy, las redes, por su injerencia y penetración, se han convertido en un medio comunicacional màs, sin los parámetros tradicionales y con un horizonte promisorio.
La pluma es inagotable en las redes. Nadie vigila con severidad por el léxico a emplear, ni pone condiciones, ni sugiere ciertos derechos de admisión. Vale tan solo escribir; sin perjuicio de còmo se haga tal cuestiòn.
El alivio de no necesitar carnet o currìcula de estudio, es sumamente impactante. Tampoco se solicita ningún cursito breve de ortografía, lo cual habilita a todo humano a garabatear lo que anhele, sin tapujos ni verguenza.
Las redes cuentan con una gama llamativa de idiomas y dialectos, ya inventados o por descubrir, puesto que cada usuario, escribe lo que siente, lo que le viene en ganas, a còmo de lugar. Por tal motivo, se hallaràn ausencias de signos de puntuación, frases mal redactadas, combinaciones originales de minúsculas y mayúsculas, mutaciones modernas de ciertas letras por otras, y efectos pràcticos solamente al alcance de adelantados en la materia.
Aunque, màs allà de yerros y desprolijidades dialécticas, los sentimientos cunden en las queridas redes. Y toda novedad es puesta de manifiesto allì, al toque. Antes, incluso a veces, que en los medios tradicionales. Fotos, dibujos y leyendas. Desde anuncios festivos, hasta novedades policiales. Con la urgencia del momento. Con la inmediatez requerida por la cotidianeidad.
Libre acceso y permanencia ilimitada, permiten las redes. Salvo excepciones muy puntillosas. Puede suceder que un artículo sea considerado nocivo o pornográfico, y entonces sea quitado por los propietarios de las redes sin miramientos. No faltarà tampoco por ahì, cierta barrera política medio cuestionadora que eliminarà sin atenuantes, algo que, supuestamente, no convence a los “capos” de las redes.
O sea, el campo està aùn virgen, para sembrarlo todavía con insistencia. Lo que no se puede en otro sitio, se da con facilidad en las páginas sociales. Un conato de libertad y de desahogo para cualquier mortal.
Conectando personas por doquier, desde lo amistoso hasta lo sexual. Desde lo laboral hasta lo conceptual. Uniendo fanáticos de tal o cual cosa, o artista, o consiguiendo datos y detalles de miles de tòpicos.
Criticar el paso firme de las redes es menospreciar su tarea mundial. Y su rol. Las desviaciones que suelen divisarse son personales y dignas de reproche. Lo malo de alguien, no debe atarse al todo positivo. De última, que cada quien se cargue su mochila al hombro. Y la desintoxicación, será cuestión de los usuarios conscientes y probos que le dan curso a un uso racional y portentoso.
Claro que es verdad algo: los odios y resentimientos salen con fervor a la luz por las venas de las redes. Baste un tìmido esbozo en favor de algún político, o en detrimento de èste, para construir las màs groseras pirámides de insultos y agravios. Las posturas se bifurcan, pero generalmente, con olor a bosta. Las piedras llueven contra la humanidad del escribiente o del copiador de un posicionamiento equis.
Da miedo o risa, según. No faltarà aquèl enojado que “eliminarà” a un ex amigo y dirà una sarta de epítetos para justificar su diferencia sustancial de opinión.
Arribaron para quedarse las redes. A lo mejor, vendrán quizá otras màs. Niños, mujeres, ancianos, ateos, judíos, cristianos, altos, bajos, homos y heteros, sin distingos a la sacro santa hora de prender la compu, ver el celu o la Tablet.
La oportunidad es magnìfica: explicar lo que te acaece en el minuto mismo, sin patrones, sin Jefe de Redacciòn, sin Director, sin molestos intermediarios. Sin correctores. Plenitud de sensaciones y un cenit de omnipotencia. Estàn ahì, entre el bien y el mal, entre la verdad y la fantasìa. Y, como en tantas otras facetas, todo se dirime con el color del cristal con que se mira.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho