Opinión
Tiempo raro, este. ¿O no?
Sin sutilezas, se nos ha ido este 2020 denostado y abofeteado por la irrupción del virus coronado, la cuarentena y el brusco cambio consiguiente de hábitos. Y la ausencia intrínseca de concreciones o de nuevos proyectos, màs o menos consistentes. Màs allà del asado dominical en familia, única aspiración potable de cientos de almas este año.
Un paupérrimo contexto, donde incluso muchas personas perdieron su trabajo habitual, su changa, su pan diario. Donde hubo que salir a capear el temporal, y gran cantidad de organizaciones, y también la Comuna aportò. No han sido tiempos de timoratos, ni distraídos.
Dificultades por doquier y una ciudad fantasma en gran parte de este proceso de Aislamiento. Con recelos y recelosos. Con denunciados y denunciantes. Con miedo a un demonio invisible y nunca del todo definido por nadie en su verdadero potencial destructivo. Es que, en definitiva, la apelación o la plena inoculación del temor, sirvió y dio sus frutos. Incuestionable tal axioma a esta altura, a excepción claro de fanáticos y beneficiados directos.
Un mar de contradicciones, de contraindicaciones. Un cielo de puertas abiertas para abonar tasas e impuestos y de persianas bajas para comercios y pymes. Con escuelas y colegios cerrados: único mal ejemplo planetario. Una lluvia de planes sin contraprestación y una andanada de pastizales en baldìos que llegan al cielo.
Irrupciòn de nòveles necesidades y mujeres – fundamentalmente – en situación deprimente, sin casa y sin futuro. Carpas hostigadoras y soluciones demasiado dilatadas, y, a propósito: ¿No se han presentado màs vulnerables a protestar en aras de ser oìdos por el poder nativo?
Un pequeño antecedente, mínimo en relación al velatorio de Diego Maradona. Un ingrediente local tuvimos en una ocasión, ante el fallecimiento de un dirigente deportivo, empresario y posible político en ciernes. Multitud a despedirlo en franca rebeldía o perdiendo el pánico al Covid.
De esos desequilibrios que supimos tener este añito de miércoles. O, para ser justos, habrìa que aclarar que la culpa no la tuvo el 2020, sino los mandamàs de un país en ruinas y sus acólitos. Porque vale subrayar: una cosa es la enfermedad y otra muy distinta, la cripta de la cuarentena.
Entonces, cuando nada resultò de acuerdo a lo estipulado, salvo contadísimas cosas, nos topamos de frente con negocios en alquiler o venta, pacientes de diferentes patologías ni siquiera atendidos una vez, niños traumados, docentes con la vista hecha percha y màs erogaciones en sus cuentas caseras, y miles de olavarrienses desesperados y desesperanzados.
Perspectivas laborales, de buenos augurios, ni cerca. Lo que sì se detecta, como al pasar, es una burla explìcita de las empresas concesionarias del siempre vapuleado transporte público.
Sin ànimo de ofender a tan probos señores de las líneas urbana e interurbana, se advierte una disfunción horaria, una ausencia de coches circulando en tiempo y forma y, para rematar la pieza, tampoco operan los días feriados y domingos.
O sea, sin ir muy lejos, se han tomado esta semanita tres jornadas de asueto, cargándose las crìticas al hombro. Defecando otra oportunidad màs, en el pasaje estoico. Ahora bien, tal sucede ¿con la anuencia indecorosa del Municipio que debiese reaccionar, no tan sòlo para tirarles un suculento dinerillo, que se suma al que ya viene de las “altas esferas” foráneas, sino para corregir tales arbitrariedades?
Ni mu. Sacan servicios y ni mu. Andan hasta las 19 horas, ni vergüenza tienen. Y nada. Ausencia del poder concedente. Y las apenadas criaturas que viajan, se limitan a enviar fotos de una unidad interurbana llena.
¡Què insólito! ¡Què infantilidad! El problema a resolver es la inoperancia de la empresa, el atropello, aduciendo la vieja excusa de no tener a mano el subsidio para pagar sueldos. El mal es no pasar en la hora señalada. Es no circular los feriados, no ir abarrotado. Incautos, desvían la atención del eje y enfrentan a los miso pasajeros con el chofer. Una reverenda estupidez de mente estrecha.
Manifestar en las calles en contra del pésimo transporte es lo que hay que concretar ya. Y reprobar la liviandad comunal que permite los caprichos empresariales como si nada. Pero tengo mis dudas con tal actitud. ¿O acaso se olvidan de que, en un momento de las fases, la empresa urbana tenía que culminar su recorrido a las 17 (andaban cada dos horas), y la Lìnea 503, cerraba insolente a las 15 horas?
Por Mario Delgado.
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-