Opinión
¿Pandemia for ever?
Muchas cuestiones inverosìmiles trajo aparejadas este virus coronado. Y ha demostrado el correr de las inciertas semanas, como un grupo de gobernantes, rodeados por pretendidos expertos en salud, pueden asumir el riesgo o el placer de controlar la masa poblacional màs diversa.
Las mentiras e incongruencias han estado y estarán, al orden de cada jornada. Sòlo bastarìa tomarnos el trabajito delicado de organizar cronológicamente cada mandato recibido para hacer frente al enemigo pandémico tan cruel.
Nadie pensó previamente que en escasas horas, toda voluntad humana se doblegarìa con suprema docilidad y entrega, a los designios de las autoridades. Este bendito país, no fue para nada la excepción a dicha regla planetaria.
Primero se auspiciò por estas tierras del sur americano, un trabajo de distracción, bajo el presupuesto infantil de que “el Covid 19 no llegarà hasta nosotros porque China queda muy lejos”. Esa simpática y pueril excusa trajo cierta calma un tiempito prudencial. Hasta que alguien se avivò de la existencia de la señora globalización y de los viajes en avión.
Entonces hubo que mutar, hablando de virus precisamente, el discurso, siempre sapiencial. Se tirò con premura al suelo cualquier muro de defensa y se gritò que solamente “quedándonos en casa se lograrà triunfar”. Claro que nada se explicó sobre los sin techo o sobre aquellos que debían ir a sus habituales trabajos. Ni que citar a la educación. La borda del barco recibió todo este andamiaje de cuitas y a otra cosa: Argentina encerrada y encriptada, bajo llave. Obediencia o Muerte.
Sin contaminación ambiental, sin mugre en las calles, sin almas divagando, todo parecía màs raro y manejable para los dueños de la verdad absoluta. Implantaron el barbijo como atuendo obligatorio y a llevar cada quien consigo un metro y medir distancia con el otro. Por las dudas. Y ni hablar, no sea que nos contagiemos del virus oriental.
La cara tapada y los cerebros inutilizados. Nada de pensar ni idear teorías conspirativas. Todo un símbolo. Mientras los cajeros daban y dan plata y el Estado pergeña planes sociales para contener las penas de los vulnerables y sus zonas de influencia.
Surgieron dentro de esta apoteòsis, ustedes recordaràn, estamentos ad honorem de “policías de balcón”, o sea alcahuetes de ocasión que, a cambio de sentirse orgullosos de ser colaboracionistas, delataban y delatan aùn, a vecinos y ex amigos que cometen el horrendo delito de reunirse con familiares.
Lo natural, lo normal se transformò en algo criminal. En un acto irracional perjudicador del resto de los genuflexos hombres y mujeres de la ciudad.
Nada se podía cristalizar sin la mirada estricta del ojo avizor de los estados, nacional, provincial y municipal. Con el rol activo de Emperadores de Siglo XXI, cometieron yerros a montones, sin jamàs reconocerlo.
Una de esas medidas locas y dictatoriales se llama “protocolo”. Decenas de “protocolitos” nacieron por doquier, hasta para ir al baño, casi, precisábamos un permiso especial orquestado por las mentes brillantes. Ni salir ni entrar de tu propia comarca, ni transitar las arterias sin un noble propósito, no sea que disemines la estela mefistofélica del Coronavirus.
“Quedate en tu casa, si la tenès y si no, ya te respaldaremos para usurpar algo a mano. PERO NO JODÀS, POR FAVOR. Estamos muy ocupados en generar dinero y contrarrestar el mal. A propósito, las indicaciones demuestran que no servimos para dar con el clavo justo. PERO NO IMPORTA”.
No importò, pues, la ineficiencia y, vez tras vez, el Gobierno aplicò nuevas cuarentenas recibidas con amor y honor por quienes tienen un sueldo o varios planes al alcance. El resto, a llorar al patio.
Los negocios, las pymes, los clubes, la vida en general se fue ennegreciendo. Traumas y enfermedades nerviosas por doquier, deudas y suicidios. Peleas matrimoniales y pibes con dramas. No se quisieron contemplar ni resolver los daños colaterales, hasta que las evidencias se enronquecieron de vociferar sus dilemas.
“Los Esenciales” podían moverse con total comodidad. El resto de los mortales, ni asomar la nariz màs allà de una o dos cuadras del rancho. Operetas, màscaras, serviles. Y escasos personajes diciendo la real verdad del momento. Contadìsimos profetas que no callaron, que no se rindieron al poder y contaron los sucesos tal cual.
Periodistas y medios comprados para solo asustar con cifras de muertos e infectados. ¿Para què? PARA INOCULAR PÀNICO CONSTANTE y evitar que la gente piense como debe.
Y, ahora, con los estragos ya inocultables, con la ineptitud visible, elaboran una Ley de Interès Pùblico para negociar con laboratorios que producirán, se cree, la vacuna o las vacunas contra el demonio de Whujan.
El Estado se reserva el derecho de adoptar las clàusulas ante eventuales conflictos en o por los contratos con los laboratorios. Estas pautas podrían incluso dirimirse fuera de las fronteras de nuestra nación. Y han comenzado una autèntica cruzada de aval a la gran vacuna que estaría dispuesta para ¿diciembre? Bueno, el señor Presidente anunció una con bombos para noviembre que, obviamente, ya avisaron no arribarà al pedestal a tiempo.
No preocuparse, pueblo manso: igual, cuando estè lista la dosis correspondiente, inundaràn los medios con la sacrosanta imposición de “a vacunarse todos”, salvo que no sea gratis ni tan generalizada como están haciéndonos intuir que será.
Òrdenes y màs òrdenes, nomàs. Salga pato o gallareta; lo único valedero es que nadie saque los pies del plato de la humildad y el sometimiento al papà Estado, el cual lo sabe todo y lo que ve todo.
Claro que en medio del lìo, alguien con àcido criterio pontifica sòlo para entendidos: “Esto no es una vacuna, es una sustancia transgénica: modifica para siempre los genes de quien la recibe. Esterilizarà a los varones y probablemente modificarà los genes que tienen que ver con el afecto y la voluntad. Inmensa cantidad de gente morirà, otros quedaràn con secuelas neurológicas para siempre (mielitis transversa, tetraplegia, etc.) ¿Podemos permitir que la usen en nosotros y nuestros hijos?” Doctora Chinda Brandolino.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-