Opinión
Se espera otra cosa

En algunos momentos, uno siente la sensación de que faltan líderes potables, creìbles, ubicados con los pies en la tierra, pero capacitados para llevar a sus seguidores al cielo.
Nadie, por lo general, respeta ya o da su alma por alguna causa común. Faltan nobles ejemplos, sustentables en el tiempo y ante las adversidades.
Ni personas ni entidades, toman la posta perdida vaya uno a saber cuàndo. Aunque ciertos sociólogos se atreven a fijar en la década de los 90, el origen de tal tragedia.
Convengamos, empero mis pacientes y amables amigos, que se dan una serie concatenada de eventos que impulsan la idea de la no idea, por decirlo rápidamente.
Todo se ridiculiza y banaliza muy fácil, sin distingos ni atisbos de respetar hombres o dioses. Y, a su vez, quienes detentan cierta “chapa”, no suelen tampoco ponerse o no les atrae directamente, situarse en el pedestal de convertirse en luces de una humanidad en sombras.
Huèrfanos de señales que marquen un camino, un rumbo, cada quien se ubica en el tablero como puede. Y se asirà pues a ìdolos que encontrarà no obstante, a su paso.
Por tal motivo y circunstancia, todo viene de perillas para adorar: desde Maradona a Messi, pasando por Gilda o Rodrigo. El barro se derrite fácil al calor solar. Y van mutando los idolatrados, siempre en aras de protección o alivio. Sin medir en la condición de falibles de tales semidioses.
La inmediatez actual de las noticias hace desmoronar mitos con extrema velocidad. Igualmente, ciertas pautas se mantienen pese a las crìticas o a los yerros o delitos inclusive, que se le atribuyan o comprueben a estos prototipos.
Ni la política ni la religión son por estos días, fuente de inspiración para servir a señores que propongan proyectos colectivos basados en raíces solidificadas y con códigos de coherencia y honradez. El punto es sencillo y doloroso para quien asimile a tales cuestiones como importantes y necesarias también. Y pasa por debajo todo el barro y la suciedad por no poder vivir de acuerdo a lo que predican. Ese es el primordial hilo roto hoy.
Cada farola brilla a su propio antojo y se hunde sin artilugios en las sombras de la corrupción o el engaño con docilidad asombrosa.
Ayer se suponía que se llegaba a un lugar estándar por vocación y para servir al otro. Ese verso ya no es uniforme ni valorado. Trepar al techo y desde allì, sacar buen provecho y a casa con los bolsillos repletos y que se arregle el pobre infeliz en su charco.
La pèrdida de valores es entronizada por varios sectores. A sabiendas o por una dosis pueril de rebeldía anòmala. La sociedad se desintegra y pocos lo denuncian a esto y corren el riesgo de ser tratados muy mal. A los antiguos profetas se los solìa maltratar porque exponían la veracidad de los hechos.
La sutileza de la hipocresía envuelve mejor, seduce y esquilma corazones y mentes. No hay salvadores épicos ni mesìas vociferando culpas y virtudes. Es un instante de reflexiones individuales que han de salir luego en busca de lo colectivo.
Es misión de unos pocos salvaguardar el santo grial. No està en la manada la solución. El rebaño o la plaza pública no toman las enseñanzas de los clarines que resuenan hoy, ahora mismo.
La crisis es moral y espiritual y si no se reconoce tal magnitud de dislates recurrentes, nos hundiremos muchos en un barco mal timoneado.
Advertir y hacer algo al respecto: ese es el objetivo a fijarse. Pero si hasta la propia Iglesia Catòlica desvirtuò su discurso y se planta en la inmensidad de un terreno fértil para la distracción. Los delirios bergoglianos asustan y enfrìan los espíritus de los auténticos fieles a la cruz de Cristo.
El Papa, con vestiduras de marxismo, apostata y arrastra a la apostasía. Y se va por los vèrtices de la casa común o la Pachamama, o el ecumenismo o los inmigrantes. Y de los abusos y desvíos doctrinarios, no dice apenas palabras.
Sobran rispideces y torpezas. Faltan pròceres y desprendidos que hagan limpieza de la mugre y recompongan los tejidos dañados. Pero, claro, también necesitan tales héroes un pueblo que se deje amasar cual barro de alfarero. Un pueblo que reconozca que baila en un peligroso boliche sin salida de emergencia.
Se espera otra cosa. Seamos protagonistas para quitarnos el sayo de los ineptos.
Por Mario Delgado.-

