Opinión
Plandemia
La comprensión primaria, antes de cualquier inicio de discusión, tiene que ir por el àngulo de reconocer la existencia real de la pobreza como deuda importante – no única – de todo este tiempo de pretendida democracia en la ¿Repùblica? Argentina.
Ahora bien, conjugado este tòpico como esencial para el arranque de la charla, surge la consulta básica: ¿Por què razón ningún gobierno ha conquistado el trono de vencer a tamaña enemiga?
La contestación se remite rápida y certera, y entristece màs aùn que la misma problemática de origen: No se la ha derrotado porque es útil para fortalecer mandatarios y proyectos políticos.
La denominada y promocionada por varios líderes como “lucha contra la pobreza”, se ha transmutado en paliativos momentáneos o en planes sociales cautivadores de quienes los perciben, generalmente digamos también, sin contraprestación laboral alguna.
O sea, salvo pequeñas excepciones, la cuestión se transformò y se transforma todavía, en una enorme pantalla de autèntico “verso”. En tal dirección ahorita nomàs leemos carteles (gigantografìas) donde la ANSeS se jacta de dar casi 10 millones de dàdivas económicas a los necesitados.
Claro que tales actuaciones gubernamentales no redundan en una novedad. Significativamente, mis amigos, hasta Jesùs, tan reverenciado por su mensaje revolucionario, advirtió: “A los pobres siempre los tendreìs con vosotros. Pero a mì no siempre me tendrán”. Mateo 26: 11 y en los evangelios de Marcos y Juan se reafirma esta apreciación en un atrayente contexto.
El panorama tiende a aclararse un poco, ¿verdad? La perspectiva es para tenerla presente: el amor, la caridad y las asistencias a quienes menos poseen, se barnizan de una pintura de colaboración, de sostenimiento; jamàs de sacar al individuo o a la familia de ese pantano.
El cìrculo se cierra con un pensamiento rabínico, el cual sostiene que Dios pone frente a nosotros a los pobres y menesterosos para que no descuidemos nuestras obligaciones de hacer todos los días el bien. Una perfecta “chantada” a todas luces.
El punto de encuentro, parece pues, la gràfica y generalmente difundida, mano tendida al prójimo que sufre hambre o sed. Una medida tendiente a acallar conciencias de particulares o gobernantes, pero nunca a bucear en los tùneles de la génesis del drama. O sea, hacemos como que nos preocupa el otro pero no lo queremos liberar del yugo; sòlo darle el pan para que continúe siendo pobre y nos siga sirviendo con tal condición.
No se ataca el flagelo porque, como con la delincuencia, hay quienes se sirven del dolor ajeno. Esto està sellado y no interpretarlo tal cual, es lamentable.
En este contexto de sacarnos la careta, observamos que en este vapuleado país del sur americano, tenemos 33,4 % de hogares con planes sociales otorgados por Casa Rosada. A fines del año anterior, se citaba que el 44 % de los habitantes de este suelo sanmartiniano, contaba en su haber con un programa asistencial emanado de Balcarce 50.
Hoy se habla, terminado el segundo semestre de este 2020, de un 35,4 % de pobreza, lo que traducido a almas da que 15,8 millones de argentinos (de 44,6 millones en total) han de ser considerados en una estadística como “pobres”.
Unicef, por su parte, tercia en la conversación y arroja sobre la mesa estas cantidades escalofriantes: 58,6 % de los niños de esta nación encuadran en el casillero de la pobreza. Y el 16,3 % de todos ellos, llegan a la cúspide la extrema pobreza.
Este telòn de fondo se crispa aùn màs cuando notamos que el manto de piedad que extienden los que nos mandan es hipócrita al sumo. El aumento de planes es inèdito y nos transporta a un mar de programas emitidos sin respaldo, ni tampoco obligando al beneficiario a nada. O a casi nada. Salvo votarlos, nada menos.
Somos “Plandemia”. Pandemia sobre pandemia. 46 % de la población recibe plata de 12 millones de compatriotas que trabajan en blanco. A eso habrìa que anexarle para obtener màs rabia, a los gobiernos provinciales y municipales copados por los empleos creados en los últimos ocho meses.
El golpe de martillo de la crisis y de la cuarentena, rompe resistencias por doquier. Pero a los pobres, siempre los tendremos por la ausencia de voluntad y por no darles la cultura del trabajo en vez del plan equis.
Tengo ejemplos locales bien detectados, donde el abuelo recibìa algo del Estado y por el presente, nietos o bisnietos incluso, van por idéntica senda. Sin ofrecerles herramientas para intentar progresar.
Otra cosa totalmente diferente se da con los “nuevos pobres”, que son el resultado de los desaguisados de la cuarentena inmunda. O sea, son aquellos laburantes que perdieron su changa o, teniendo trabajo, no pueden cobrar lo que es y deben recurrir a buscar auxilio para comer. Esta gente tiene la frente en alto y se avergüenzan hasta la mèdula en una fila de un comedor comunitario. No son la voz del pobre consuetudinario, usado por el Estado cual rèmora.
La millonada de pesos que se va en planes, no cura la pobreza. Al contrario, la retroalimenta. Fomenta vagos. Y la fiesta planera la paga el que trabaja y abona tasas e impuestos. No es dinero que se fabrica sin dramas. Una aspirina para una patología de décadas. Porque NADIE TIENE LA INTENCIÒN REAL DE TERMINAR DE CUAJO LA POBREZA.
Y, como contraindicación de semejante descalabro ya común, tendrìamos que aplaudir de pie por un rato largo al señor Ricardo Bailone de 58 años, de la localidad de Bialet Masse, en Còrdoba, que, anoticiado de una changa, caminò 45 kilòmetros para ir a trabajar, sin comer ni detenerse para llegar a destino, porque: “CUANDO HAY GANAS DE TRABAJAR, NO HAY EXCUSAS”, subrayò feliz con su changa conseguida.
Maravilloso adalid que se contrapone con tanta actitud parasitaria.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-