Opinión
La magnitud del terror
Si asomamos la cabeza por entre los escombros que va dejando esta restrictiva cuarentena, milenaria ya, descubriremos o reafirmaremos mejor expresado, un concepto sobre el cual venimos machacando desde la génesis de esta medida aislacionista: la inoculación directa del factor terror para poder llevar adelante, pero no a buen puerto para los habitantes en general, lo que desea el Gobierno Nacional.
La aparición mundial de la pandemia Covid 19, fue una gran macana que complicò a todo el planeta. Eso no puede dudarse siquiera. Pero por estas tierras del sur de Amèrica, se han ido observando distintas conductas gubernamentales fuera de serie. Mas con un propósito subrayado con fibròn rojo: posicionar al miedo como estandarte y disponer de lacayos al servicio de la iniciativa de mandar sin oposición ni división de poderes.
¿Còmo era la nociòn de Democracia con mayúsculas que nos enseñaban en escuelas y colegios? Se nos expresaba claramente la materia: el pueblo, a través del voto, coloca una fòrmula gobernante en Casa Rosada para que ADMINISTRE y REPRESENTE a la Naciòn. NO para asustar y hacer por Decreto su gestión.
Hoy cualquier ciudadano medianamente instruido capta que no se cumple ningún precepto escrito en los manuales de Formaciòn Cìvica. Por el contrario, es un caos constante de barreras a la democracia, a la libertad, al desarrollo individual del que sobrevive en este suelo patrio.
Un Estado que sujeta las riendas del sulky con la inyección del miedo a cada instante. La muerte acecha fuera de cada puerta y no se ha de salir ni a ver a un ser querido, no sea que te “chupe” el virus y luego seas una pesada carga al sistema de salud público.
Eso sì, podès ir rápidamente a pagar como un noble argentino de ley, o como un simple pelotudo, tus impuestos. Pero no te demores ni hables con nadie, a ver si todavía te avivan de que nos están “empalando”, por no usar un tèrmino màs grosero pero directo.
Prenden fuego desde Balcarce 50 a la señora Libertad. Ya no quedan dudas ni razones para continuar creyendo en supuestas casualidades. Utilizan la peor forma, obligando a gobernadores e intendentes a subirse a su carro.
De los congresistas ni hablar, salvo excepciones muy honrosas y tampoco vale detenernos en el área judicial. Servilismo puro, acompasado por “expertos” de pacotilla y un gran porcentaje de medios que han caìdo a merced del pago estatal y sòlo exhortan a “quedarse en casa” sin vergüenza y sin preocuparse por la realidad de cada alma.
Una exquisita puesta en escena basada en la acción mefistofélica del Coronavirus que, como se ha citado de fuentes mèdicas, posee apenas una letalidad de alrededor del 2 %.
Sin embargo, canalizan sus anhelos autocràticos a través del problema angustiante. No le dan importancia a los recuperados del Covid: 200.000 personas en la Argentina y sì a las tristes muertes, unas 5.000 en el país hasta aquí. Tendrìan que mencionar aunque sea en voz baja, que el año pasado fallecieron unas 32.000 personas por gripe en este mismo territorio. O sea, queda expuesta la apuesta letal: profundizar el aislamiento y gobernar a sus anchas.
Los indicadores son, no obstante, visibles para quien vea con ojos de imparcialidad y buen criterio. Estamos frente a un Estado de caracteres autoritarios que precisa de un pueblo manso y “acobachado” y acobardado incluso.
Mas, de a poco, algunos miles empiezan a perder el pánico y se manifiestan sin dramas. Y el señor Presidente, que dijo alguna vez que oiría cuando le marcasen sus errores, se enoja contra los manifestantes y los tilda de “incitadores a una rebelión en contra de la vida”.
Cabrìa aclarale, con sumo respeto por supuesto, al doctor Fernàndez que esto que hoy disponemos a nuestro alcance, no es vida.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-