Opinión
De la subversión de los valores
Subvertir, reza el Diccionario, quiere decir: “Hacer que una cosa deje de estar o marchar con normalidad o según el orden establecido”.
Hoy, algunos pensadores y/o sociólogos, dan cuenta de una mutaciòn paulatina pero a la vez constante, insistente, de la gran mayoría de los tradicionales renglones sobre los cuales se escribìa la convivencia en sociedad.
Las variantes quizá haya que ir a buscarlas en la década del ’90, tiempo en el que, para ciertos filósofos, la relación con lo màs referencial, comenzó un periplo de cambio, o entrò en crisis.
De a poco, como ante un nuevo juego, se fueron avasallando paradigmas y se abrió un dique sellado. Brotaron pues, diversas aguas que empujaron con fuerza hacia nòveles concepciones.
Se suscribió un procedimiento basal: todo lo anterior fue ridiculizándose y se entrometieron otras formas de ver y sentir. No se hizo, empero una transmutación hacia arriba, rumbo a mejores valores màs elevados, màs sòlidos. Por el contrario, se imprimieron los primeros vestigios de una decadencia de márgenes por los cuales emprender cada camino.
Lo bueno se convirtió en malo o en inadecuado. O anticuado, ya obsoleto. No referencio aquí a la moral con sus disparadores de “moralina” hipòcrita, que se transmitiò siempre con el doble discurso: “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. No, me cifro mis amigos, en la interpretación corriente de las nociones de bien y mal, de correcto o incorrecto.
Entonces llegaron los colmos que, inmediatamente, recogieron aplausos y bises. Y una travesti, por aquellos días, fue elegida “Mujer del Año”. Todos contentos.
Los incautos, como suele acaecer, no advirtieron las maniobras encubiertas que se avecinaban. Si la topadora encendía por el lado de la sorna, era òptima señal para continuar limpiando los terrenos de valores potenciales añejos. O sea, se dio un empuje a la obra de barrer del mundo cotidiano aquellas cosas que, hasta ese entonces, se creìan o se aceptaban, sin dudar, de tal o cual manera.
Como por arte de magia, se nos enrostrò el dilema sutil del “garantismo”. Jueces, periodistas y abogados penalistas pasaron horas en los medios capitalinos, tratando de graficar la conveniencia de virar el rumbo de las leyes y del imaginario popular en torno a la delincuencia y sus motivaciones.
Se remachò tanto el clavo que cualquier persona captò al poco andar la filosofía tan novedosa y “piadosa”. ¿Còmo era factible tanta iluminaciòn de golpe, luego de siglos de oscurantismo leguleyo y represor? “¡Pobres presos!”, gritaban los predicadores de este Nuevo Orden Subvertido.
Don Eugenio Zaffaroni se endiosò y muchos lo adularon, a lo largo y ancho del país. Cobraron valor decenas de adherentes a la magistral teoría y los hacedores de maldad se regodeaban por su conversión en pobres criaturas, víctimas del sistema, con un Estado indiferente y por lo demás, hiper ausente. ¡Oh, que terrible despertar a tal amanecer! ¿¡Còmo pudimos perdernos tanta ingenierìa dialéctica!?
Sonaba raro a los oìdos; sin embargo conquistaban almas y corazones porque se puso de moda esta barrabasada. Y salieron del closet mujeres y hombres pro delincuentes que los elevaban a la suprema condición de seres en pena vagando por un poco de atención y por què no, cariño de sus congéneres tan arrogantes y altaneros.
Y, para hacerla corta, mis amigos del alma, ahora cosechamos lo sembrado durante años. Sin vuelta atrás aparente. Màs bien con un aval intrínseco del Gobierno que liberò unos 4.500 detenidos por causa, nos ladraron en la cara, del Covid 19. La dibujaron un poquito con el falso resguardo a los penitenciarios y largaron a la calle todo tipo de maleantes.
Sin dar explicaciones coherentes a las familias de las autènticas víctimas, se los puso de patitas en la libertad ansiada y ¡Agarrate, Catalina! Los resultados de esta transformación se observa en cualquier comarca de esta bendita nación. Olavarrìa no es la excepción. Ladrones y otras yerbas sueltos y la gente cada hora màs enrejada y sometida a los malditos designios del pensamiento garantista.
Al que le sustraen algo lo miran de reojo, con odio, si denuncia al caco. ¿Què te hace perder tu celular si te podès comprar otro?, exclaman absortos los derechos humanos tergiversados. Y los vivillos de ocasión, hacen su negocio. Porque las redes de utilización, connivencia y otras tonalidades afines son un capìtulo aparte. Por tal motivo, en tantas décadas, nadie le colocò el cascabel al gato.
¿O creen ustedes que tales aconteceres son por casualidad? Mientras tanto mueren inocentes y se golpea a ancianos como si nada de esto fuese un inconveniente y pèrfido delito. La gente hace grupos de WhatsApp para ver el momento adecuado de entrar a su casa y se vigilan entre vecinos, y los fuera de la ley, se explayan cómodos nadando en la agitada marea del absoluto garantismo impune e inmundo.
Tal vez si la rueda girase al revés, y si alguna lacra mordiera el polvo, las mentes brillantes y la sociedad en su conjunto, exigirían el autèntico cambio de valores que debe operar.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-