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Opinión

Equivocando los aplausos

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En la madrugada de un viernes no muy distante, cinco sujetos cambiaron la vida de un hombre y su familia. Para mal. Y, el punto increíble es, que todavía hay personas que están aplaudiendo en sentido contrario.

Jorge Adolfo Ríos ya superó la barrera de los míticos 70 años de vida. Un tipo laburador de aquellos, de la vieja escuela. Un capo soldando el hombre.

Pero unos pichones de mafiosos, unos amparados por la corrupción, le transmutaron su existencia calma, allá por la localidad de Quilmes Oeste, más concretamente en la calle Ayolas al 2700.

Tres de los cinco indeseables entraron con fines de robo tres veces al domicilio. ¿Tres veces, decís? Sí, como lo lees. Para que no queden dudas de que son basura. Aunque todavía habrá gente que los intente justificar ante Dios y la Ley.

Ríos no es un individuo totalmente sano físicamente hablando. Tiene taquicardia de base, luego de un infarto; sufre de Epoc; le han sacado un riñón; camina con bastón y padece discapacidad visual por su trabajo de soldador.

Aún así y pese a ser muy agredido, cobardemente golpeado por los maleantes, logró imponerse y actuar disparando contra el cuerpo de uno de ellos: Franco Moreyra de 26 años, quien murió besando el polvo de la acera.

Da la impresión que todos los componentes de la banda de aquella pérfida madrugada, integraban la barra brava del club quilmeño. O una facción de la misma. La mayoría con antecedentes penales para hacer dulce. Y con algún brazo extendido hacia ellos desde cierta órbita de poder.

El arma usada por el anciano fue una pistola Bersa Thunder de 9 milímetros registrada a su nombre. Para el señor Fiscal Ariel Rivas, fue menester virar la causa en pocas horas, en tres oportunidades. Porque para él: “El ladrón fue baleado en un estado de total indefensión, cuando ya no representaba ningún peligro”.

Temeraria aseveración que, ustedes ven, no contempla la situación de fondo; no centra el eje en la víctima principal. Ojalá a este funcionario público nunca lo asalten. Pero es una demostración de la ideología del absoluto garantismo que viene operando en el país, alentando la delincuencia por sobre la justicia.

“Me siento mal, no nací para asesinar a nadie”, explicó Ríos enseguida, y más, agregó una dosis de sentido común al lío: “Tampoco busqué que me entren a robar tres veces en la noche… ¿con qué intenciones venía esta gente, cinco personas?”.

Hoy el devenir de los sucesos ha convertido la realidad del jubilado en un caos. “Yo no busqué esta situación. Perdí todo”, expondrá recientemente en una entrevista.

Dejar su casa es lo primero. Sufrir amenazas él y su parentela, segundo acoso. Y encima preso en su propio domicilio después de una vida de laburo y sometimiento a las leyes que ahora, le quieren dar la espalda.

Para colmo de males la trascendencia de su caso, despertó las más disímiles opiniones en redes y medios tradicionales de comunicación. Y se convierte en ángel o demonio de acuerdo al lente con el que mira el panelista o el “opinador” de turno.

No faltan en tal variopinto carrusel los que valoran a los chorros y los pontifican, asegurando que “el Estado no les dio ocasión de integrarse o de ser ciudadanos productivos”.  Y habrá que soportar hasta la idea de un letrado muy cómodo, quien advertirá “no tuvieron cariño”.

La balanza del equilibrio está descentrada en nuestro territorio nacional y no hay técnicos especializados que la reparen de verdad. Y la sociedad aún persiste en dividir aguas, poniendo trabas a la certeza. Brillan los matices pero no la noción y práctica de la verdad y respaldo al que padece un acto nocivo.

No se juzga con idéntica vara, eso ocurre. Se ha terminado confundiendo tanto todo que no falta quien aplaude en dirección contraria. La víctima tiene que salir a demostrar su actitud y se ampara desde la génesis al constructor del oprobio. ¿Acaso no acaece lo mismo frente a abusos sexuales o violaciones?

Sin embargo la catapulta ataca más rápido en ciertos delitos que en otros. Y los derechos humanos son una burda creación de inservibles frases ante episodios como el del señor Ríos. Allí debiesen irrumpir en juzgados y fiscalías, hacer oír su voz. Nada de eso. Su visión parcializada de las cuestiones que dicen defender, repugna.

La desviación de los valores tradicionales, la pérdida del sentido real de las cosas, las confusiones inducidas desde lo ideológico, y juzgar sin sentir el peso del delito, en medio de las complicidades de siempre, nos ubican en el sitio trágico en el cual nos encontramos en este presente.

Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho