Opinión
Principio de dolores
Vientos recios soplan ya. Se abrió la impiadosa puerta del Hades. Apenas vislumbramos atisbos del inicio de la Gran Tribulación. Principio de dolores. El asunto es permanecer firmes desde lo anímico y mental y no dejarnos arrastrar por la decadente ola de rumores y de descalificaciones que pululan y que suelen dirigirse a presuntos enfermos del virus coronado.
Ya está el mal dominando y La Parca lo acompaña. Es cuestión de tener suma precaución y responsabilidad individual, más allá de este inconstitucional martirio de la cuarentena.
Fíjense ustedes, lectores del alma, que fue el “Día del Vecino” y observamos sendos mensajes desde diversos ángulos barriales, sentenciando: “No te acerques a tal o cual familia. Tienen el Covid 19”.
Así de simple y elocuente el desprecio. Por supuesto que en esta marea olavarriense de contagios, hay una serie de culpabilidades nunca asumidas. Debiera ponerse de manifiesto el origen de la tragedia, desenmascarar idiotas y separar la paja del trigo.
Pero tal gesto de grandeza cívica no lo veremos realizarse. Habremos de quedarnos en el ruedo de conocer datos de excelsas fuentes y tratar de echar medianamente luz, sin herir susceptibilidades de nadie y, desde ya, no incomodar a quienes padecen el problema hoy. Después de todo, tarde o temprano, el drama nos puede alcanzar, de una forma u otra.
No obstante, es una pena muy tormentosa la actitud de algún señor vendedor de dólares, por citar un mínimo caso. Mentía este personaje en el control y trajo la desgracia a varias personas de su entorno. ¿Algún castigo para este imbécil? Ninguno y aquellos que cumplen las medidas impuestas, a dormir en los laureles de la ingenuidad.
¿Quién ha de garantizarnos con lujo de precisiones, el control de la famosa cementera y sus extranjeros? ¿Y la llegada de un foráneo a un barrio y una sucesión de contagios posteriores? No se divulgará tampoco por no estigmatizar seguro, a qué fue ese sujeto al lugar.
De los camiones y camioneros, podría contarles decenas de anécdotas sutiles o tragicómicas. Desde una familia de Rauch que entró tipo “polizón” en la caja de un camión, hasta vigilancias concretadas a medias. En cierto lugar controlan de 8 a 15 horas. ¿Y luego, qué?
Por cierto reconozcamos a su vez la casi imposibilidad física de mirar con atención cada sitio de ingreso y egreso de la ciudad. La policía se hartó por no cobrar las horas cores y la concentración disminuye luego de un par de horas pidiendo papeles a troche y moche.
Pero esto recién empieza. Nos “encuarentenaron” demasiado prematuramente (el 20 de marzo) y sin objetivos claros que se hayan cumplido. Los enfermos igual bullen. Es un tema de cuidado personal sobre todo.
Se sigue demostrando desde las esferas del poder, una absoluta incomprensión de los inconvenientes ya insoportables del grueso del pueblo. Desde los afectados en sus psiquis, hasta los bolsillos vacíos y los comercios e industrias al borde del siniestro abismo.
Optan por coartar. Por restringir. Por controlar a través de aplicaciones y otras inventivas de espionaje claro y conciso. En vez de abrir el juego y ocuparse de lo suyo, prohíben y dejan a quienes ya venían mal, mucho peor. ¿Acaso creen que se podrá mantener a todos encerrados por siempre? Ya llevamos la cuarentena más larga del mundo. Ridículo privilegio.
Una locura de sesgo totalitaria fogoneada incluso por medios inconscientes o comprados que propician la implicancia de mantener estas dictatoriales disposiciones.
Y entonces el otro es un enemigo. Y prima el silencio y las dudas. Desconfiando de todos nos movemos cual zombies. Eso sí, fiel ovejita del redil: no dejes de pagarle las boletas impositivas al Estado, ¿eh?
Principio de dolores son éstos y una masa ciudadana opacada, grisácea, sin aliento ni fuerzas. Dominada por el miedo inyectado adrede y la operatoria instalada y subsidiaria de que nos agredamos entre nosotros, hasta sin pruebas ni argumentos. Pero nos encontramos incapaces de levantarnos y luchar por nuestros legítimos derechos y reclamar y exigir. Es preferible, parece, callar y sumirnos en un cruel servilismo hipócrita que sólo nos traslada de a poquito al próximo casillero del dolor: el hambre que se viene. Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-