Opinión
De la convivencia con el virus
Los casos de contagios y sospechados de haber contraído el virus coronado van en continuo crecimiento. E inclusive las muertes. El panorama es tétrico e incierto. Con desazón y desconfianza, cada quien enfrenta un nuevo día sin mayores expectativas ni esperanzas.
Estamos sumidos todos en un triste egocentrismo, pintado con el constante miedo que se nos inyecta para tenernos extremadamente mansos.
Las distintas polémicas que observamos en las redes, suelen ser de alto contenido de parcialidad, sin opciones a disentir. O transitamos por un sendero o somos enemigos, dignos de los más soeces descalificativos.
La vuelta a Fase 3 en Olavarría, en un visible contexto de contrariedades y noticias negativas que pululan las mentes, cautivando los ánimos, ha liberado un extraño elixir de preguntas sin responsables que las canalicen para dar certeras contestaciones.
Para muchos, las cosas están dándose por fuera del cuadro de situaciones que se explican desde la Comuna. O sea, este grupo de almas olavarrienses guarda un pensamiento crítico hacia la administración gallista y los números citados cada jornada. En otra vereda, se sienta un segundo colectivo de gente que respalda la gestión municipal y que apunta sus misiles más hacia el área de la irresponsabilidad de algunos vecinos desaprensivos.
Y así por el estilo, mis amigos lectores, podríamos acercar interesantes conjeturas al respecto de la indeseada pero real presencia en nuestro distrito del Covid 19 y sus consecuencias temerarias.
Ya vamos recepcionando, quien más, quien menos, los envenenados efectos de esta enfermedad histórica y productora de histeria masiva. Desde los daños en la salud mental de niños y adultos, hasta el nivel de ostracismo y retracción, pasando sin escalas por los baldazos de agua fría sobre la economía hogareña, comercial e industrial.
Desocupación, deudas, inflación desbocada y una increíble intromisión de lo político partidario para mal, diríamos, son apenitas ciertas grageas de este mundo en estos crueles días.
La parte gris de la política se coló para enfrentarnos aún más de lo que ya estábamos antes. “Engrietados” nos hallamos. Nerviosos, atacando sin reparo al otro. Sin darle incluso un mínimo de derecho a réplica. Una lástima. Un defecto a corregir, sin dudas, porque en medio del incendio, habría que buscar la salida por el lado no conflictivo.
Hemos recorrido en columnas previas, una serie de tristezas que nos va pegando en el organismo este tiempo de pandemia. Sin perjuicio de ello y de lo que sintetizo por estos renglones, me gustaría mirar junto a ustedes el mapa de un devenir próximo de las cosas un tanto más cercano a los sentimientos humanos.
Es evidente que por más que desde arriba se anhele sujetar las varas de este mansito pueblo, tarde o temprano deberán abrir las compuertas de la “nueva normalidad” argentina y local también. Lo que se avecina, a mi modesto modo de comprender, es la CONVIVENCIA CON EL VIRUS, hasta que se lo derrote universalmente, presuntamente con la vacuna o hasta que solito deje de existir el Coronavirus éste.
Si nos asimos a tal posibilidad de mantenernos vivos y en pie, pese a la amenaza del mal, es lógico sugerir que tal magnitud sería factible con los recaudos necesarios, con las medidas ya sabidas de salubridad y cuidado personal. Respetando el aislamiento en filas y negocios. Con el barbijo colocado y con la frente en alto, en cada momento, estudiando o trabajando sin desmayar.
Salir del closet. Dejar atrás la cuarentena y retomar las labores individuales con los inherentes controles y sin cometer excesos o demenciales actos que perjudiquen al propio sujeto y al resto.
Convivir con el problema de una bendita vez. Demostrar que podemos. Porque si no, ¿hasta qué minuto continuará el encierro?
Y en esa nueva libertad con ubicuidad, el amor debiese jugar un rol fundamental. Sin un aval de amistad, de amor de pareja, de amor de padres, sin la empatía justa, se tornaría difícil confrontar con los monstruos que ya vemos y los que irán llegando con el correr de las semanas.
Para cerrar, comparto con ustedes, una historia verídica que ilustra lo sugerido en mi nota.
Un señor había enfermado de lepra y en su oscuro hospicio, él, cada media mañana salía al patio y miraba hacia afuera por encima del muro, subido a una piedra. Su semblante luego de este gesto, era de tranquilidad y paz, pese a los martirios de tan fiera enfermedad. Llevaba internado ya varios penosos años.
Nunca se lo divisaba enojado o iracundo. Alguien intrigado preguntó a un doctor por qué tal actitud de este paciente único. El galeno respondió: “Cuando lo trajeron aquí a este hombre, su mujer se mudó de casa, alquilando muy cerca de acá y cada día, a las 10 de la mañana, se ven a través de la muralla unos suficientes instantes para que nuestro amigo se ilumine por todo el día”.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-