Opinión
¿La ciudad del trabajo?

Qué interesante apelar cada tanto al ejercicio de recordar, de hurgar en los archivos y rescatar anécdotas positivas. Y en ese cometido, encontraremos que hace décadas atrás, Olavarría fue conocida como la “Ciudad del Trabajo”.
Tal mote hoy no es ni siquiera una leve mención. Está totalmente quieta, demasiado dormida por esta impuesta cuarentena que ahoga sin piedad.
Y encima, cuando el señor presidente autorizó a gobernadores e intendentes a observar qué actividades podían “liberarse”, hubo un silencio sepulcral a nivel local.
Sólo luego de ciertas reuniones, donde empresarios e industriales plantearon la imperiosa necesidad de mirar, de atender las situaciones acuciantes, se quiso reaccionar enviando un pedido a la Provincia, cumpliendo el Protocolo actual por la pandemia.
Pero falta una panorámica práctica de la cosa en sí: el pueblo se cae a pedazos y hasta un niño lo ve con angustia. ¿Cómo es factible ponernos a la altura del conurbano y cerrar puertas que debieran permanecer abiertas? ¿Cuál es la pertinente excusa para dejar aisladas a las localidades y a los vecinos de a pie en general a las 17 horas, sin transporte público alguno?
La mansedumbre de la gente irrita. Más de 10.000 familias ya son asistidas por estas horas por la Comuna, o por entidades intermedias. Cientos de voluntarios con el corazón dispuesto, brindan su tiempo y garra. Se les entrega a estas familias locales, vecinos nuestros, una bolsa de alimentos que, lógicamente, no alcanza siquiera a cubrir el día a día, pero al menos existe la intención y la acción concreta de no desamparar al angustiado. Son los nuevos pobres, personas que, en la gran mayoría, jamás habían solicitado una mano abierta hacia ellas. Trabajadores ahora desocupados. ¿Se me comprende?
El tipo que vivía de las consabidas changas, tiene miedo de salir a realizar su cometido y no puede comer ni dar de comer a su familia. Una verdadera insensatez no permitir el corte de pasto o la reactivación de obras de construcción, guardando por supuesto, las reglas de salubridad y cuidado frente al Covid 19.
“Me estoy quedando sin reservas”, nos dirá preocupado un peluquero que, por fin, puede acariciar la idea de tomar en sus manos las herramientas de trabajo.
Y así por el estilo. Gente con crisis de pánico por el encierro prolongado, peleas hogareñas disimuladas, traumas que iremos conociendo cuando esta maldición termine. Si termina, porque ser optimistas como venimos es un acto temerario. Un desastre que no se condice con los pocos afectados que, supuestamente, tenemos.
Miedo extremo y mala atención en la Guardia del Hospital a quien vaya por cualquier afección. Psicosis colectiva y deudas de todo tipo y color.
Claro que a los negocios impotentes y cerrados hay que agregar clubes e instituciones sociales, barriales y demás que no saben cómo miércoles van a salir del pantano.
¿Quién tenderá un pial salvador a los que no logren abonar tasas, impuestos y otras facturas? ¿Acaso no es posible sospechar en la probable desaparición de algunas entidades que se queden en la vía, sin auxilio, sin socios, sin luz en el fondo del túnel?
Olavarría fue tantas cosas lindas. Hoy es solo una sombra que acompaña el dolor de miles de ciudadanos que debieran ser tranquilizados.
Por Mario Delgado.-

