Opinión
Ni en el dolor, hay unidad de criterios
No hay vacuna todavía contra el Covid 19. Tampoco contra el drama de no unirnos jamás en espíritu y en verdad.
Pretender esbozar sueltos de cuerpo y con actitud tajante de que esta terrible pandemia mundial, nos otorga un espíritu de sana unidad, de auténtica hermandad, es bastante hermoso desde el punto teórico, desde la base de las intenciones. En el terreno práctico, empero, mis amigos, la cuestión suena, resulta, un tanto más compleja.
En primer término, señalemos con un puntero, como en la vieja usanza escolar, que no existe una tesitura única, medular de cómo en rigor de verdad, empezó todo este caos. Es un desastre universal, sí, mas sin una demostración concreta y aprobada del cómo y del por qué.
Entonces caemos en varias elucubraciones, desde las científicas, hasta las religiosas y las meramente sensacionalistas. Desde el virus mutado en China, hasta la conspiración por el poder comercial de la Tierra.
Lo cierto es, mientras deducimos orígenes, que el flagelo avanza considerable y mortífero. De modo tal que los sistemas de salud se ponen el overol y dan lo mejor de sí para tratar de contener y auxiliar a los pacientes en medio del nefasto momento que nos ha tocado en desgracia presenciar.
Se han puesto en movimiento mecanismos intensos para lograr efectos de sosiego en las distintas poblaciones de los países invadidos por el virus coronado.
Baste decir el trabajo que se concentra en nuestra esfera, en nuestro pago chico, aquí en Olavarría. Un batallón de profesionales laburando a destajo, haciendo que el mal no logre dañar como es su idea.
Y, en esa dirección de ayuda sin pestañear, también se ha difundido un cúmulo de donaciones para adquirir respiradores, para dotar de lo medianamente necesario al Hospital. Los recursos eran escasos, quedó en evidencia. Sobre todo, claro, la ausencia de respiradores imprescindibles en estos casos de extrema urgencia.
El filo de separación entre vida y muerte, es milimétrico. Y las tareas sabias de médicos y enfermeras, sirve a una causa justa, concomitante.
Estamos todos metidos, absorbidos, por un aislamiento impuesto que, ya a esta altura del mismo, divide aguas. Y lo hace sobre su efectividad en la praxis y sobre cuánto más se puede aguantar tal medida. Restricción al derecho constitucional y muchos días de vigencia, con la espada de la temática económica danzando sobre las billeteras de los argentinos.
Ya circulan rumores sobre empresas que podarán sueldos, hasta un 30 %, por citar un ejemplo cierto de referencia. Y otras que irán viendo cómo proceder en un contexto de rictus paralizante. Bueno resulta advertir que hoy por hoy, salvo las farmacias y el sector alimenticio, no es prioridad de nadie otro rubro. Y, obviamente, los cajeros automáticos, permanentes aliados, y los bancos, abiertos por unas jornadas. Pero esta actitud irá variando una vez que se abra el corral de la cuarentena.
En este paisaje, veremos muchas cuitas lanzadas al cielo: empleados que querrán cobrar sin haber trabajado, y negocios que llorarán sangre por sus pérdidas y deudas. Surgirá la diestra del Estado, suponemos. Y también se le irá dando vigencia a un término, a un concepto que tendrá su influencia a la orden del día: “negociación” entre partes, entre locatario y locador, entre patrón y obrero, y así por el estilo en aras de reacondicionar el barco.
Para cerrar, otro álgido libro de polémicas lo establece el penoso ítem de los contagiados locales. Aquí se estimulan comentarios de todo tenor en las redes sociales y en el habla cotidiana, signada ahora por los contactos telefónicos.
Pros y contras, estímulos y críticas por los viajes al exterior o a otras localidades de la nación, de quienes han adquirido la dolencia. Gente a favor y posturas más acérrimas, más lacerantes. Cabalgan los “posteos” y las charlas sobre diferentes corceles: el respeto a la persona, la supuesta empatía y la hipocresía de siempre.
Como ya sabrán ustedes, no hay vacuna todavía contra el Covid 19. Tampoco contra el drama de no unirnos jamás en espíritu y en verdad, salvo por supuesto, gestos individuales o tristemente parcializados. Si alguien cree con corazón sincero que esta crisis nos brindará un pasaporte a un futuro de mejor humanidad, tendría que observar un minuto en derredor. Si tal actúa, sólo se servirá luego de una expresa cuota de optimismo que, vale recalcar, no es recomendable perder, después de todo.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-