Opinión
Los desubicados de siempre

Guardando en reserva nombres y lugares, hemos de poner de manifiesto hoy aquí, a través de nuestra columna, una cuestión que no puede guardarse bajo siete llaves, en honor principalmente a la trayectoria social de una señora que la viene remando contra viento y marea desde hace años.
Esta mujer ha dispuesto en su corazón ayudar al otro, sin mirar su condición ni tampoco su conducta social, sea niño, joven o incluso adulto. Su casa es de puertas abiertas y sonrisa amplia.
En ese ambiente de solidaridad constante, ha recibido satisfacciones y ha sido recompensada a veces con reconocimientos y con manos tendidas que se suman a su emprendimiento de auxiliar al necesitado.
Noble y distinguida tarea que, empero, no es para cualquiera. Se requiere ser de un especial temple, conocer el paño y capear temporales de adversidades y contratiempos que bien pueden hacer decaer los ánimos.
Pero siempre permanece el pie en el acelerador. No decae el entusiasmo e incluso este ser de luz, se abre a nóveles proyectos en aras de no estancarse, de superarse a sí misma. Por el prójimo, fundamentalmente por el desamparado.
Hace apenas días que, en tal marco de colaboración, recibió una importante donación alimenticia que, presta, repartió entre sus vecinos más acuciados por la realidad triste del presente. Fue un gesto íntimo, no divulgado, sin fotos ni elogios.
La mente reposa y el alma se siente reconfortada y en paz. La labor fue concretada con la mayor seriedad e idoneidad posible. Mas, hete aquí que los desubicados de siempre, los fatuos impresentables de cotillón, armaron un terrible escándalo en el domicilio de la bienhechora y le reprocharon a voz en cuello, no haberlos contemplado en su lista de personas beneficiadas con los alimentos.
Intempestivos estos sujetos desmadrados, tocaron las fibras de la señora y su núcleo cercano de ayuda y tal gesto ha sido repudiado por ella y su entorno. Pero la ha puesto en actitud de meditar los pasos a seguir.
Es evidente que existen pérfidos que no pueden interpretar prioridades ni orden en las cosas. Y se creen con derechos adquiridos por su fama patoteril y de vivir a expensas del asistencialismo marcado, que los ha cubierto aún con distintas administraciones comunales.
Zánganos sin voluntad para cambiar su propio rumbo chato y de vuelo bajo. Hay que desenmascararlos, sin temor, aunque tomando recaudos. Estorban ante cualquier idea progresista porque solo anhelan que les den, que les sirvan en bandeja todo. Y, si no logran tal objetivo, se hacen los enojados y van, como en este caso, a molestar y a insultar a una mujer de bien.
¿Cómo hemos de calificar a esta camada de personas? ¿Qué dicen ante esto las luchadoras en pro de las mujeres? Hay que acompañar en estos momentos a quien ha padecido este apriete y resolver de una vez tanta inequidad reinante. Que de una bendita vez, no sea lo mismo ser honrado que taimado.
Por Mario Delgado.-

