Opinión
En la noche del 10, se extiende hasta el 26
Todo aparece ante nuestros ojos tan llamativo por estos días tan medulares, tan carentes de sentido.
Y tan únicos, tan históricos si se quiere. Y, en tal contexto, en la noche de este Viernes Santo, el señor presidente de la nación, doctor Alberto Fernández, prolongó la cuarentena a nivel país. (Ver nota aparte).
Es un tiempo crucial, donde no obstante, ciertas cuestiones suelen quedar flotando. El mandatario que propició hace tan poco, un Proyecto de Ley en favor del aborto, nos revela hoy una frase de pizarrón, en aras de salvar vidas en detrimento de la alicaída economía argentina.
Probable es, entonces, mis amigos, que esta dicotomía entre aborto y vida abundante, pueda ser motivo de discordias. Aunque frente al mapa tétrico actual, con la temible pandemia azotando el mundo, esa discusión a lo mejor quede pospuesta para épocas más provechosas.
Primar la existencia humana en sí por sobre intereses económicos, suena simpático en un contexto de medios de comunicación mostrando cifras y detalles, con imágenes incluidas, de cadáveres desparramados por doquier.
Sin perjuicio de las recomendaciones de los epidemiólogos e infectologos, que son quienes naturalmente conocen del ítem, hemos de asumir que seguir coartando libertades, ya empezó a traer daños colaterales.
Es verdad que el aislamiento impuesto ha servido de dique contra el Coronavirus. Empero ya se nota un quiebre sustancial con familias al borde un ataque de nervios y con ausencia de alimentos en más de una alacena.
A todo esto, uno aguardaba desde su puesto de modesto ciudadano, un discurso elocuente en relación al dinero familiar y los gastos. O sea, el Gobierno, (intuía uno insisto, desde la ingenuidad y el desconocimiento), debiera ordenar con premura un relevamiento del estado presente de los bolsillos de su pueblo. Es cierto que tal vez ya lo sepa con creces. Debiese bajar la estricta orden de impulsar las prioridades en la billetera hogareña. Esto se traduce muy fácil: comer primero y pagar tasas, impuestos y servicios después. Mucho después, en realidad.
Pedir o exigir a la gente que se quede en casa hasta el domingo 26 y no mencionar un ápice de tal cosa, es inquietante. Y, peor aún, que a ningún periodista se le ocurrió inquirir sobre tan vital tópico, también.
Hay personas que en la desesperación de hallarse ante lo desconocido, y no hay que culparlas, han priorizado mal: han abonado deudas y hoy no tienen para comer. Esto es así, literal. Y ni el Estado ni las empresas han augurado un dictamen claro, certero de no pagar hasta tanto se normalice esta inmundicia que nos rodea. Y las facturas arriban a los domicilios o los llamados para abonar on line.
En tal marco de referencia, notamos todos, en cualquier punto del territorio argentino que
las distintas empresas continúan sin abrir sus instalaciones y los comercios tristemente cerrados, tan opacos, solo permiten a sus dueños dar un porcentaje del sueldo a sus empleados y obreros, luego arréglate. Reducen días de trabajo u horas, otras fuentes de trabajo. Y, directamente, cesaron de pagar sueldos, más de cuatro pymes. De esto nadie pidió cuentas. Y ni hablar de inquilinos de casas y departamentos que ven como la amenazante espada del locador, danza sobre sus cienes.
Tampoco se expuso con magníficas filminas de dónde sale el monto increíble de tantos millones arrojados en planes de asistencia. Todos los medianamente informados, comprendemos que se emite dinero desde la Casa de la Moneda, sin control. En dirección a mantener calmado especialmente al foco del conurbano bonaerense, donde ya algunos vecinos han salido a hacer ferias en las calles.
El encierro no se banca más, convengamos. Pero se podría mantener la calma con respuestas sólidas que no existen desde el minuto cero. Se rumoreó en la víspera las ayudas a las compañías medianas, mas no se pronosticó el cómo. Y sin producción total, nos vendremos a pique. Ya se ve, solamente observemos lo que acaece en nuestro territorio, en nuestro pago chico.
Cientos, sí cientos de almas solidarias, entre particulares de organizaciones sociales o barriales y personal de la Comuna, entregan alimentos a más de 6.000 familias. Y se van a anexar más. Montones de familias más.
Volvemos a lo mismo, lectores del alma: algunos por pagar en término, otros por no cobrar su salario en tiempo y forma, y un tercer grupo, por no poder hacer las changas habituales de contención monetaria, coinciden en idéntica diatriba: no poseen un peso partido al medio. No es el diablo la economía, si bien aceptamos que la vida está por delante.
¿Cómo va a resultar, pues este original cotejo, esta pelea tan acuciante? Difícil de discernir sin argumentos estatales de protección para esta otra problemática tangencial: la deuda de cada quien, la disyuntiva del día por día.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-