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Opinión

A 44 años del golpe, el Coronavirus

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Javier mira a través de la ventana que da a la desierta calle Juan XXIII. Ni un alma en cien metros a la redonda. Maldita plaga y esta cuarentena que trastoca ánimos y caracteres. Su mujer, Mercedes, acomoda la ropa en el placar por enésima vez. Es una aventura encontrar una conversación coherente con ella cada rato, en tal contexto. 

Lo primero que le gustó de ella fueron sus rulos, veinte años hace ya. Y su risa. Y otros atractivos, lógico. ¡Cómo pasa el tiempo! Si hasta su única hija Jazmín, ya se juntó con el estúpido de Pablo. “Un mal yerno aunque en el fondo, no es tan mal tipo”, piensa Javier, celoso. 

Enciende un cigarrillo y lo disfruta. No es cuestión de fumarse un atado por día, sino de paladear con gusto y a su medida cada pitillo. Hoy es 24 de marzo de 2020. Fecha insigne, elucubra Javier. A propósito, cuando le quede bien le pedirá a su farmacéutico amigo, “Cali”, que tiene su farmacia sobre la Avenida de los Trabajadores, que le venda esa famosa vitamina “B 12” para tener memoria de lo que acaeció en los años 70. 

Porque, a decir verdad, todavía cree Javier que no nos han  mostrado la película en pantalla completa, salvo excepciones. Puro fragmentos, esbozados desde el lado pertinente, parcializada visión de una época atroz y encantadora a la vez. 

“Como hemos avanzado”, imagina nuestro protagonista. “Ahí teníamos los discos simples y los larga duración. Hoy poseemos You Tube. Ayer los pantalones bien anchos, hasta 45 centímetros. Hoy, los chupines. Ayer la subversión y hoy el COVID 19. Hemos ¿evolucionado?”, se inquiere Javier. 

El encierro es fatal. “Ojalá al menos aprendamos a estar adentro”, le dice a su mujer que lo invita con un mate. Por cierto, ella extraña mucho a su hija. Son muy compañeras. “Tan simple y difícil como eso”, contesta Mercedes y se aleja. 

La guerrila arrancó en los sesenta y prosiguió su curso. No todos eran nenes inocentes y cuántos tomaron facultades y secuestraron y mataron para mantener en pie las hordas. Aunque dicen los que entienden de historia que, cuando el doctor Ricardo Balbín le dijo que no al anciano Juan Perón en aquella solicitud de unirse en una fórmula presidencial, se cerró una puerta en la Argentina. 

A Perón no le quedó más remedio que apuntalar a su señora María Estela Martínez, alias “Isabelita”, cuyo pergamino laboral era muy sintético. Luego el veterano líder falleció e “Isabel” apuntó los cañones al aniquilamiento de la guerrilla en Tucumán con el “Operativo Independencia”. Aquellos combatientes norteños querían fundar un país aparte en esa provincia, con su propia bandera, obvio. Tufillo a marxismo puro. 

El país se estremecía entre la inflación, las muertes y la poca claridad de hacia dónde íbamos. Los militares acertaron a sostener que no era menester responder a un gobierno timorato, cuando ellos mismos podían gobernar. 

Entonces un 24 de marzo de 1976, derrocaron a la presidente, Videla, Massera, Agosti y Compañía. Colocaron un ministro de Economía que propició las bicicletas financieras y la apertura graciosa de importaciones. 

Mientras, continuaban las desapariciones y las locuras. Después, se hablaría mucho de entregadores y cómplices, pero nadie expone que, en aquél tiempo, miles de brazos aplaudieron el golpe que se impuso con el ampuloso mote de “Proceso de Reorganización Nacional”. NO organizaron nada, aunque habría que averiguar si alguna vez estuvimos realmente organizados como auténtica nación. 

“No hay contagiados acá”, grita un locutor en una radio. Y, acto seguido, alienta a la cuarentena a ultranza. Otro mate llega a manos de Javier que recuerda la frase de un ex montonero: “Nosotros le erramos feo. Creíamos que la gente nos iba a apoyar”. Ingenuo de toda ingenuidad. El argentino medio no quiere líos. Sólo vivir bien. 

Luego las polémicas por las cifras de muertos y desaparecidos. Mas, esa es otra página del libro. Baste hoy rememorar el hecho significativo de que no andaba nadie en las calles, aquél 24 de marzo. Como ahora, aunque tantos años nos hayan mutado.

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho