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Opinión

Decisiones y apegos

Los días ahora no son solamente números. Están barnizados de una auténtica soledad palpable, de un aislamiento colectivo que habrá que cumplimentar lo más posible

Son épocas duras, de inéditas medidas. De comercios cerrados y de gente afuera de los mismos. 

De incertidumbre a ultranza y de desesperados amantes lejos de sus amadas. Y de matrimonios demasiado juntos y sobrellevando la crisis en un encierro que asfixia y que desvela cansancio y disputas. 

Son los actuales momentos óptimos para vernos sanos y, como contrapartida, no saber si seremos quizá, los enfermos contagiados de mañana. Nadie está a salvo de esta pandemia del Coronavirus, ni tampoco nadie asevera el lapso total de resguardo meritorio. 

Es un período de solidaridad también, por qué no. Personas con alma y dinero se aprestan a colaborar con implementar la cantidad de respiradores. Antes, ni sabían tal vez cuántos en verdad había. Pero hoy es diferente. Y el dinero habla, eso no cambió. 

A propósito de altruismo con mayúsculas, hemos de subrayar que dan su salud para velar por la salud de otros los médicos y enfermeras y enfermeros. Auténticos titanes, realmente. Jamás valorados en su justa dimensión, desde luego. Es más factible admirar a ídolos de barro cuando todo va viento en popa.

De a poco y hasta que esto pase, si pasa, somos más humanos. Obedecemos órdenes que antes desecharíamos de plano y salvo los imbéciles de utilería, la gran mayoría se “acobacha” en sus casas, desdeñando la vorágine de ayer. 

Nos damos cuenta que podemos aguantar el “sogazo”  igual sin salir a pasear, sin trotar en grupo, sin gastar de más, sin lujos efímeros. Aunque al mismo instante, comprendemos que se nos acumularán deudas, impuestos y tasas al por mayor. La pelota se patea sistemáticamente hacia adelante. 

Mientras funcionen los servicios, haya televisión y plata en los cajeros, iremos bien. Ya en algunos mercados escasean ciertos productos. O los han hecho subir del valor real previo a esta plaga. Mas todavía se garantiza la provisión en general.

Nada de besos ni hoteles por hora. Nada de iglesias, ni peñas, ni bailes sabatinos. Nada de salir a la calle por boberías. Y crecen los controles y los sentimientos de angustia. Y la adaptación a nóveles horarios. 

Y volvemos al punto de arranque: ¿Hasta cuándo se banca un estado así? Las perspectivas son directas: en casa nos prevenimos y no complicamos al resto de los ciudadanos. Saliendo ponemos en peligro tantas vidas, además de la nuestra por cierto. Salvo claro los obligados a salir. 

La asistencia a ancianos o familiares debe primar. No es preciso ni recomendable huir de la responsabilidad que nos toca en suerte. Somos protagonistas de una histórica instancia. De una película con argumento y sin final escrito aún. 

Lo risueño es concluir, mis amigos, que sin correr como locos, igual se vive. ¿O acaso esto, este presente, es sobrevivir nomás?

Por Mario Delgado.- 

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