Opinión
Círculo vicioso alarmante
Caen los cortinados espléndidos de una tardecita de viernes sobre Pueblo Nuevo. Se va lento, languideciendo, el primer mes de este 2020. Las almas conjugan encuentros en plazas, parques y quintas. Pequeño gran recurso de los que se quedan acá, sin salir de la comarca cementera. La temperatura invita a beber un refresco o degustar un helado artesanal.
La dama que camina por la calle Maipú es relativamente joven. Lleva no obstante, la cruz del dolor, de no haber hallado en el amor la felicidad soñada, la entereza. Tiene en su rostro la tristeza característica de las mujeres judicializadas. A su lado, dos pequeños retoños de una relación tumultuosa, sin respiro de paz y tranquilidad.
Ella mira en todas direcciones, buscando el haz letal de su ex pareja, que hoy cuenta con restricción para acercarse. ¿Cuánto hace que lo conoció a ese presunto apuesto galán, que le ofreció un mundo de idilio? ¡Cómo puede virar la fortuna!
Pero un día vino cansado del trabajo y la insultó por nada, por una nimiedad. Y así ascendió el tipo en la desquiciada carrera de obstruir la autoestima de su mujer. Después ya no hubo necesidad de implementar ofensas: cualquier cosa servía para que él le jodiese la existencia, aún frente a los niños.
Ella, muy sensibilizada y oprimida, habló con alguna amiga y los moretones ya no se ocultaron tras la mentira de la caída u otra invención para cubrirlo al monstruo.
El tema era ganar credibilidad con sus relatos del Getsemaní que soportaba estoica. Hasta su madre dudó, al principio. Es que él era tan servicial y comedido con todos los vecinos. Si hasta plata prestó una vez a un cuñado, ante la necesidad de comprar medicamentos urgentemente.
Empero, las denuncias ante la Comisaría de la Mujer, ya avisaron de una situación abismal, sin retroceso. En el medio, la realidad de siempre, reiterada, implacable: ¿A dónde ir en esas circunstancias?
El idiota comprime y presiona. Y amenaza. Aunque también posee esos ratitos cada vez más aislados de fingido arrepentimiento y ella, ingenua de verdad, le creyó en varias ocasiones. Hasta que el propio peso del mal la asfixió.
Una noche el pérfido la ahorcó casi. Fue el límite permitido. Ella hizo por la mañana la enésima presentación y le restringieron al macabro, la posibilidad siquiera de acercarse a su ¿ex amor?
No interpreta bien todavía la señora cuánto ha transcurrido desde ese instante de infinito alivio. Él se fue de casa, profiriendo insultos y culpándola de ponerlo en ridículo ante la gente.
Pero su instinto de supervivencia está alerta. En máxima expresión de ansiedad. Sopla una leve brisa en esta tarde veraniega. Y como por arte de magia negra, lo divisa presuroso, doblando en la esquina, viniendo enhiesto hacia ella, armado con algo que brilla, reluciente al sol: un filoso cuchillo.
El tiempo de acción y reacción es milimétrico. Ella grita, aferrando a sus críos. Oprime con todas sus fuerzas el botón antipánico. Se arremolinan algunos curiosos. El cobarde retrocede sin convicción, aturdido, descubierto en su plan maléfico. Lo retienen, desarmándolo y llega raudo un móvil policial. Terminará guardado por unas horas el funesto sujeto.
Mas esta trama continuará en este y en cientos de casos más. Círculo vicioso alarmante sin demasiadas alternativas ponderables.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-