Opinión
¿Camino a un largo infierno?
Todo apunta a que disfrutaban las vacaciones los rugbiers. Y se creían poderosos.
Todo apunta a que disfrutaban las vacaciones los rugbiers. Y se creían poderosos con sus físicos bien torneados, sus anabólicos al alcance de la mano y su dinero para cubrir con creces los gastos en un lugar paradisíaco.
El universo giraba bajo sus pies. Mientras tanto, vivían su propia realidad distendida, ajena a pesares y carencias materiales.
Ahora, las cosas han mutado enormemente para ellos, y se estremecen sin pausa. Aunque algún sesgo quizá mínimo de alter ego les quede. Es que uno de ellos al menos, le dijo a un penitenciario en la cárcel de Dolores donde se hallan alojados hoy: “Nosotros te pagamos el sueldo”.
Lo cierto es que, si todo sale como debiera, tendrán un largo período a la sombra. Un tiempo espeso de caminar entre muros. Con todo lo que eso implica, se sobreentiende.
Las unidades penitenciarias bonaerenses se hallan atiborradas de internos. Así podríamos deducir que les tocará alguna celda con tres presos como mínimo, si no más y con apenas dos camas. Gran dilema. Las presunciones establecen que deberán luchar por dormir en una de esas mencionadas camas o resignarse al ya frío de por sí, piso carcelario.
El baño será compartido y a la vista, ajeno a la privacidad acostumbrada. Se vendrán a su vez, otros sacrificios cruentos y humillantes. Tendrán que ser prácticos o ceder a veces o vivir peleándose con otros reclusos.
Ya empiezan a ser conscientes de la notable ausencia de comodidades a su favor. Un momento de locura irracional los ha trasladado sin escalas a la puerta del dolor, del ocaso de sus jóvenes y promisorias existencias. Por error propio, eso sí reconózcanlo señores.
Los días se suceden grises y el temor asola. Los pactos de silencio se empezarán a derrumbar y las culpas irán bailoteando de uno en uno. Va sucediendo tal cual aguardaban pacientes los investigadores y expertos carcelarios. ¿Cuánto más temple podrán exhibir estos purretes engreídos?
El castillo de arena construido para la ocasión es débil. El viento lo lleva tras de sí. Y sólo queda en su sitio el recuerdo de otros tiempos, de otros lujos, de otras aventuras más divertidas y grandiosas.
La pedantería cede de a milímetros, pero cede. Ya nada es igual en sus minutos y horas. Ya no se sienten tan a gusto ni se enorgullecen de ser “hijos de”. Solamente anhelan salir libres. Obtener esa pizca de aire puro que le arrebataron a otro pibe de su edad, un tal Fernando. ¿Sabrán algo de ese joven que ellos liquidaron tan cobardemente?
Tal vez se les aparezca esa imagen cada noche. Tal vez tengan pesadillas y griten sin consuelo. El amiguismo, la hermandad que los unía en torno a una pelota o a un entrenamiento, se mueve, perdiendo su eje. Y su sentido.
Son simples marionetas en manos de un titiritero. O inclusive de varios manejadores de este tipo de sujetos enclenques y sin mucho vuelo.
Mucha plata en juego. Bolsas de dinero pondrán sobre la mesa los progenitores que dicen estar “viviendo una pesadilla”. ¡Qué tremenda circunstancia! A propósito, ¿le recordarán los papás de los sospechosos en cada visita a sus descendientes, que éstos le robaron la vida a un muchacho estudiante y trabajador, con la nimia excusa de un vaso de vino en una camisa?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-