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Opinión

La contención del Carnaval

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El sacrificio de quienes llevan en el alma y corazón el espíritu del Carnaval, es inmenso y a veces, hasta invisible a los ojos del común de la gente. Divierten, deleitan y realizan un laburo de contención social que amerita un aplauso. Porque de eso se trata en definitiva, mis amigos: de tender una mano a los más vulnerables e incluirlos en un proyecto de vida, de acción. Otorgarle a decenas de jóvenes un valioso por qué.  

El ambiente de los abnegados exponentes de las batucadas, comparsas y scola locales, posee una impronta particular y, al parecer, como en todo sitio donde conviven muchas personas y propuestas, se dan internas a veces ocultadas y otras ocasiones, más abiertas. 

El lugar de apoyo, de encuentro, es una ex Incubadora de Empresas que, en algún caso, fue totalmente remozado, con una interesante inversión en dinero y horas de dedicación colectiva. 

El Municipio les aporta la sede, vía un contrato que les garantiza poseer un ámbito apropiado y cercano además al Corsódromo olavarriense. 

Pero los dramas se vienen replicando con martilleo incesante. Quejas puntuales de vecinos presuntamente vulnerados en sus derechos cívicos, fueron un puntapié para las dicotomías, para las especulaciones y las dudas también. El peldaño de discusión más elevado y ríspido, tal vez tenga que ver con la argumentación válida, por cierto, de los horarios en los cuales o hasta los cuales, se debiera ensayar o presentar una novedad.

Es una observación digna de atención, por supuesto. Aunque es menester volver sin fanatismos ni prejuicios al ítem de origen: el trabajo de transpirar la camiseta que allí se concreta, más allá de nombres y pergaminos. 

Cada quien se juega el pellejo. Da su corazón entero al servicio de la pasión de los corsos. Pero los encendidos reclamos de aquellos que, en la mayoría de las oportunidades, han hecho denuncias anónimas, trunca la voluntad de continuar con entusiasmo y en un clima distendido. La diáspora se ha dado para muchos, que hoy ensayan en otros puntos cardinales. 

Dicen opacas voces, proclives al chimento de barrio, que “son vagos” los ruidosos. Y en tal sentido, les inquieta sobradamente el ensayo de tres veces a la semana de los muchachos y pibas que, no sería raro, han gastado de sus bolsillos para adquirir plumas, vestimentas y otros ornamentos específicos y nada baratos. Y no sería alocado intuir que en alguna noche de carnaval, algún denunciante se enfervorice y aplauda a rabiar. 

Volviendo al origen de la tragedia, es plenamente atendible el tópico convulsionante del ruido molesto a determinada hora del día o de la noche. Mas no se puede apartar tampoco nadie del otro costado de la conversación: la envidia existente entre pares. La famosa compulsa intestina que se da sin pausa y que ha florecido por estas instancias tan poco sutiles. 

La Scola do Samba “Bahía Bá”, por citar un modesto ejemplo, ha sufrido agresiones diversas, como el repentino incendio de 18 respaldares con plumas o el robo de cables y micrófonos a escasísimos minutos antes de salir a escena en un Corso Oficial precedente. 

Esto no fue producto de la incorregible casualidad. Y las olas de la mar se agitan, impetuosas, y en sus estelas se demarca el sentimiento de indiferencia de más de cuatro. Porque a la soberbia que acompaña a la maldad, hemos de anexarle la visión despectiva e indiferente también. Tampoco es momento de inyectar falsas acusaciones o esgrimir el dedo índice cual arma letal en perjuicio de tal o cual.

Sí, en todo caso, reconozcamos que es verdad que la disyuntiva se plantea difícil, complejizada. No es un plato que se exhiba delicioso, seductor al paladar. Sin embargo, se supone que habría que negociar una solución diplomática, decorosa y que les sirva a los amantes del carnaval. Dejar la vía libre a cualquier interpretación, esquiva responsabilidades.

El arreglo y hermoseado de los galpones tan famosos, se ostenta evidente en felicitados casos. Inversión disfrutada de y por los ocupantes de los mismos, que se sienten cómodos y contentos en ese edificio que los cobija y aúna. No obstante, la llama del dolor los rodea, haciéndoles partícipes muy necesarios de un cambio de paradigma que todavía no se ha experimentado en la ciudad. 

Y chocan intereses y deseos. Y se aproxima la edición del Corso y las tinieblas se disputan la presencia o no  de unas gentes que, se comenta, se han excedido sin respeto en el urticante péndulo de molestar al prójimo con sus tambores y percusiones tan estridentes.  

Las nenas del grupo afectado lloran sin consuelo. La multa es alta y los bolsillos están flacos. Colisión frontal con aristas múltiples. Exceso de confianza versus orden y progreso. Quizá ha faltado una lectura concienzuda de lo que significa contar con un espacio al que hay que cuidar y en el que hay que convivir con familias vecinas. 

Se extiende ya el brazo de los Corsos 2020 y la incertidumbre gobierna algún galpón. El asunto en sí, como ha quedado expuesto en esta columna, es mayor de lo que se imagina la mente despreocupada. 

Por Mario Delgado.- 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho