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Opinión

¿Un paladín de la unidad fomentista?

Corren irreductibles las agujas del reloj. No se detiene ese gran invento llamado señor Tiempo. Los idearios fomentistas, mientras tanto, van por diversos carriles, sin viso alguno de unidad.

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“Es un presente histriónico, difícil de digerir”, sintetiza mi viejo amigo fomentista, interpelando por qué no, a un pasado más venturoso para la actividad. 

“Desde que la política partidaria se hizo carne en nuestras filas, el árbol comenzó a torcerse y ahora cuesta enderezarlo. Es un trabajo de titanes porque se entremezclan intereses personales en la labor diaria que, en teoría, debiera propender tan solo al bien del otro, al bien común”, señala mi interlocutor. 

Los vientos han soplado intensos, dejando el año anterior, huellas imborrables, entre discusiones subidas de tono y masivas diásporas de dirigentes de la entidad madre. 

“Estos costos, vos entendés, se abonan caro en ventanilla. No es gratis semejante lío entre vecinos, entre quienes se cree, defendemos a los habitantes de nuestros barrios. En vez de tan loable acción altruista, nos dedicamos a pelearnos cual acérrimos adversarios en una guerra sin retorno y sin vencedores a la vista”. 

“Es una demencia a la que algunos han asistido pagando su asiento en la platea, observando alertas o indiferentes. Desde el vamos, desde la génesis, esta última elección federativa de fines de 2017, estuvo mal parida realmente. ¿Cómo es posible que cincuenta personas no lograsen concebir una lista única? Entonces se largaron al río revuelto tres nóminas, como si tal cosa fuese una aventura paradisíaca”. 

“No se trataba de una excelsa excursión turística; era el futuro de la Federación que se ponía a consideración. Y primó el desquicio, con una lista incluso sospechada de ser una avanzada del Municipio local”. 

“Y así las cosas no prosperaron. Las cabezas no quisieron ser cola y los egos estallaron de golpe, cuando la ocasión lo ameritó. Y la excusa se sirvió en bandeja de plata en Dámaso Arce. Y los vaivenes pugilísticos, terminaron en un éxodo inédito de referentes de la Comisión de la entidad cabecera del fomentismo”. 

“Pero no solamente eso, Mario, porque vos has sido testigo presencial, cosa que otros comunicadores no, de cosas ilógicas, de combates feroces, de rencillas personalizadas al máximo. Como aquella acusación por el robo de una moto, ¿te acordás?”

La charla avanza, fértil. Enciendo y le convido un cigarrillo de tabaco rubio. Cae un mechón de la tarde sobre la ciudad. “No se ha sujetado el potro del encono y todo es válido y mal imaginado. Si yo convoco a una reunión en mi sede, los demás se sienten discriminados y molestos al tope de la tabla. Si los invitás, varios dirán: “No iré. Seguro es un armado político”. Y se manejan después por WhatsApp o Facebook donde dirán gansadas”. 

“Si no hacés nada, afirman: “¡Qué cómodo es este tipo!”, y así por el estilo. Inacabable novela que a vos te sirve y mucho, buceador en busca de polémicas, (je)”. 

Deviene también la charla amena en una visión de lo que podría suceder. O de lo que se puede soñar… “Tengo entendido que existen al menos tres o cuatro sectores, auténticos vectores hoy del fomentismo nuestro. Intratables o no entre sí. Cada uno de tales ángulos, piensa de diferente manera. Hay quienes no van a las reuniones pero pagan religiosamente la cuota de socio a Federación. Otro grupo, se reveló del todo. Ni paga, ni va tampoco. Y están a su vez los que aguardan el llamado del gong, porque saben que, tarde o temprano, el movimiento vendrá a ellos. Esta situación, ¿cuánto más durará tan tirante?”

Y llega el párrafo de la expectación: “Tengo entendido, de óptima fuente como decís vos, que hay una idea fuerza, propiciada por un avezado dirigente, de hacer una cruzada, una movida, un encuentro cumbre de fomentistas donde se vean tal cual son, diciéndose de frente lo bueno y lo malo. Pero con el objetivo supremo de LOGRAR LA TAN ANSIADA UNIDAD”. 

“Sería, tal vez, una especie de sinceramiento a ultranza, despojando rabias e hipocresías viejas y nóveles. En aras de un fomentismo limpio, superador”. 

Me quedo con esa idea. Y me retiro algo optimista de la conversación con mi gran amigo. Después de todo, reflexiono, que mejor sería que alcanzar a soldar las puntas sueltas y crear un universo fomenteril distinto. 

El único dilema que me quedó impreso, no obstante, es resolver la pregunta sugestiva: ¿Quién sería ese dirigente amparado por todos, que vendría a comandar la nave en plena tormenta y se dispondría a llevarla a un puerto seguro y promisorio?

Varios nombres, poquitos en rigor de verdad, se me ocurren. Pero sí quisiera estar ahí cuando ese milagro ocurriese. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho