Opinión
Volvió a robar
Que la población decente, trabajadora, esforzada, se harte de los intrincados senderos de la señora Justicia, es un dato saliente que no debiera pasar desapercibido por los pasillos de la política y de la propia zona de acción de quienes poseen la embestidura tribunalicia.
Rompe todos los esquemas de la tolerancia y del buen gusto, la noticia de que el menor de 17 años que hizo mil tropelías en Sierra Chica, fue encerrado en el Instituto Lugones de Azul y luego liberado por otro sector del Palacio justiciero.
Increíble acto jurídico que sintetiza la burla extendida en la cara de víctimas y pueblo en general. La basura una vez más, es puesta alegremente sobre la mesa de los argentinos.
¿Quién puede en su sano juicio, percibir siquiera un ápice de cordura en semejante actitud de los señores encargados de impartir la equidad correspondiente?
Y, como era de imaginarse, el ave de rapiña, henchido de placer y orgullo, volvió al ruedo en compañía incluso de otro pajarito malhechor de 14 años.
Y robaron cual si nada. Y entonces otra vuelta de carrusel. Adentro, mi alma, pero ¿hasta cuándo? Porque es bien factible que otra ocasión más este bribón insensible, sea puesto en libertad, en aras de vaya a entender uno, que argumento garantista. O que aspecto tórrido que una mente sencilla no logra captar.
Mas la impresión generalizada es que no hay retorno para este individuo. Ejemplo de manzana podrida aplicable a tantos como él. De mal palo, malísima astilla. Mamó delito, violencia, parasitismo y hoy se alimenta idénticamente. No conoce otra cosa, no saboreó otra vida. ¿De quién es la culpa?
En el trabajo de emitir opiniones y echar responsabilidades a andar, el tipejo sigue su nefasto tránsito por casas y negocios, embromándole la existencia a los que se rompen el lomo. Claro, que él no comprende éstos códices. Sólo mugre y desolación hubo y habrá para su estándar de vida.
El Estado no ha inventado todavía un método conciso para resarcir estas ovejas negras, improductivas y nocivas. No se los resocializa con la prisión, eso está comprobado. Pero tampoco se ejecuta otra materia para tratar de rescatarlos del fango. Así que, mientras se constituye un mejor sitio de rescate de almas confundidas, la cárcel o los centros de menores, son los muros donde este sujeto debiera permanecer. ¿O no? Quizá alguien lo prefiera suelto o lo desee llevar a su casa para animarlo a una nueva convivencia con los humanos…
En el intervalo, así como va este pibe y sus secuaces ocasionales, poca esperanza de redención habrá. Sin eufemismos, tendremos que preguntarnos si en rigor de verdad, a alguien le importa este muchachón o no. Es un número de expediente y un puñado de hojarasca que se consume lenta, pero sin vuelta atrás.
Cuántos matoncitos de pacotilla como él hoy duermen la mona eterna dos metros bajo tierra. Y fin de la historia. No se terminará esta plaga mientras habilitemos una pizca de hipocresía, o de connivencia, o de pensamientos equívocos.
La observación de cambios a largo plazo es para aplaudir, como no. Sin perjuicio de ello, lo prioritario es cómo salimos hoy de este estancamiento, de este atolladero, donde las leyes se aplican con libre interpretación y se deja como al descuido un cable suelto. Como si la vida de los ciudadanos no valiese un comino.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-