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Opinión

Los síntomas del auténtico compromiso

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1.- Son tiempos, al parecer, de deslindar responsabilidades, de no asumir en general, grandes compromisos. Las cruzadas quijotescas, van quedando sentenciadas al olvido, salvo excepciones que bien sirven para el aplauso. 

Cuesta conseguir personas que deseen brindarse por una causa, por una entidad, por un ideal. Sobre todo si tales tareas que insumen demasiado esfuerzo y dedicación constante, no poseeN en sí una remuneración económica acorde. 

Y se estiran los plazos para la aparición de nuevos héroes, de nóveles gladiadores al frente de la lucha cotidiana en pos del bien común. 

Pero en estas circunstancias, y ateniéndonos de paso a que estamos en un año de elecciones, vale la formulación de cierto interrogante de talante: ¿Hasta cuanto están nuestros dirigentes dispuestos a brindarse por el prójimo? Y tal pregunta debiera resonar en cada uno de los ámbitos de referencia social, mis amigos. Desde la política más encumbrada hasta el fomentismo del barrio más humilde. Desde un club deportivo de elite, hasta una modesta institución de ayuda social. Es un sayo para todo aquél que esté en condiciones de tomarlo. Como una cruz que hay que cargar. Pero con gusto, no a desgano. Y sin importar las filosas críticas que han de acompañar de lejos o de cerca incluso. 

Un ejemplo acorde que viene a mi mente en este momento, nos pone de cabeza en este asunto nada trivial de servir con devoción al otro. 

2.- El 3 de enero de 1840, nación en Bélgica Josef de Veuster. Con profunda pasión religiosa, desde niño, este individuo predestinado por su padre para estudiar medicina, se decidió por el sacerdocio católico. Como su hermano. 

Su anhelo era llegar a ser misionero y tuvo esa oportunidad, luego de ordenarse cura, adoptando el nombre de padre Damián, ya que se presentó una vacante para el reino de Hawaii. Al enfermar su hermano, no pudo viajar y Josef pidió el reemplazo. 

Una vez allí sintió un inmenso pesar por los leprosos confinados en la isla hawaina de Molokai, donde eran verdaderos “muertos vivientes” sin ninguna posibilidad ni educativa ni médica. 

Entonces, este intrépido sacerdote belga se recluye en la problemática isla tan deprimente. 

Se convirtió rápidamente en ese líder que faltaba, imponiendo orden y equidad en medio del caos y el dolor. Sin ostentosos recursos a la vista, empezó a construir una iglesia y readaptó casas para usar de escuelas. Reintrodujo el trabajo en las granjas y hasta se le dio énfasis, bajo su óptica, a la actividad deportiva. 

Vilipendiado por algunos, los ignoró con sus gestos y acciones en pos de objetivos concretos. Hasta que el reino belga, grupos protestantes norteamericanos y hasta varios intelectuales de la época, comenzaron a reconocerlo. Y a apuntalar con materiales, medicinas y comida su obra misionera tan fértil. 

Se movía entre los enfermos como un amigo, como un hermano, dándoles la mano y abrazándolos sin dramas ni prejuicios. Sabiendo a lo que se exponía, jamás dejó de acariciar al necesitado. 

Un día de diciembre de 1884, en plena labor, se notó cansado y quiso lavar sus pies. Calentó agua y la arrojó sobre sus pies sin apenas notar que el agua había hervido. Cuando advirtió las llagas,  supo que había llegado a su vida lo peor: era ahora él mismo un leproso más. 

Su misa dominical luego conmovió al auditorio, porque dijo sin dudar: “Queridos hermanos, desde hoy soy un colega de ustedes”. 

Finalmente, el último hálito  se fue de su cuerpo contando el sacerdote con 49 años de edad, el 15 de abril de 1889. Fue enterrado junto a la iglesia “Santa Filomena” erigida por él, hasta que en 1936, sus restos fueron llevados a Bélgica. 

En 2005, fue elegido el ciudadano belga “más grande de todos los tiempos”. Magnífica postal de amor y entrega desprendida de todo interés material y de absurdas mezquindades. 

Ojalá en estos días de violencia sin fin, de aprietes financieros y de contagiosa indiferencia, vibre en el corazón de alguien, o de muchos por qué no, esta imagen única del padre Damián. Más allá, por supuesto, de credos y de pertenencias partidarias. 

Por Mario Delgado.  

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho