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Opinión

Barrio “Isaura”, ¿las penas de los olvidados?

La línea imaginaria del puente de la Ruta Nacional 226 no es sólo un gesto matemático. Es una realidad que amerita ser contemplada. No se trata de discriminación o estigmas apoteóticos. Se percibe en el aire la marca de la diferencia, de una idiosincrasia que sella al sector, con una multitud de habitantes dentro del radio de acción, con olavarrienses chamuscados desde hace décadas por la postergación.

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Se me dice incluso que, en otros mandatos, no se quería ver el incremento de familias por allí. La excusa era significativa pero no detuvo el acercamiento de las personas a la zona. La mención de rechazo a la instalación de viviendas tenía que ver, se me explica, con la proximidad del Matadero y la Planta Depuradora, ambas fuentes supuestamente, según aquella teoría, de contaminación de las napas de agua. 

Sin embargo, amigos, las cosas se fueron dando a la inversa: cada vez más casitas se han construido por el barrio “Isaura” que hoy nos ocupa. De abuelos a nietos, las raíces son visibles, por cuestiones afectivas por un lado y por otro, por un dato de la irrefutable  tendencia inmobiliaria: salir de este barrio, implica cuando menos, una fuerte inversión, puesto que “escapar de este sitio a una casa sobre asfalto, nos redunda en unos cuantos billetes a poner sobre la mesa. Nuestra propiedad vale menos, lógicamente”, detalla una vecina exhibiendo algunas direcciones de casas similares a la de ella, pero con la bendición del asfalto como primordial contraste. 

“Estamos a la buena de Dios, resopla un señor, porque las calles no poseen señalización. Se colocó un cartel sobre Rivadavia que está ahora erosionado por el tiempo. Si no conocés acá, es harto difícil ubicar las calles. De noche, no entra ningún coche de alquiler o ambulancia. Nuestro punto de referencia ha de ser la Avenida Dante y Torcuato Emiliozzi o la propia Rivadavia”, subraya. 

Una recorrida visual nos impide apreciar demasiado: los altos pastizales de los terrenos baldíos, copan bastante ámbito. “Los dueños no los cortan, y la Municipalidad debiera hacerlo, cobrándoles una multa que se podría aplicar para mejorar el barrio”, sugiere una señora que expone nombres de propietarios de esos lotes que “son a veces refugio de maleantes”, agrega. 

Dentro del espectro barrial, se sostiene una especie de “interna”: “Desde Rivadavia hacia Lavalle es una cosa. Pero de Rivadavia a la Avenida, es otra. De un lado la dirigencia fomentista actúa; del otro no”, condimenta otra señora vecina que se manifiesta disgustada con la conducción de la entidad, en manos de Elsa León. 

El fuego se enciende entonces, ya que otro vecino toma la posta sin dudarlo: “Andá a observar los juegos de la sede. Entre rotos y despintados están. El salón permanece las más de las veces cerrado, inactivo”. Una joven mamá se prende en la conversación al instante: “Sería conveniente dar talleres de manualidades, de cocina, y fútbol para los chicos”. 

Otro elemento a considerar entre las vicisitudes son los zanjones, por ejemplo el de la Calle 110: “Lo sanean cada muerte de obispo”, ejemplifica un joven de la zona. “Ahora está sucio”, completa. De la tierra se pasa al aire en cuestión de segundos, puesto que los vecinos casi a coro, sostienen la “necesidad imperiosa de colocación de nuevas luminarias, o la reparación de las rotas. La oscuridad de noche es tremenda. Habría que poner una farola en Lamadrid y Calle 110, por citar una. No entran los taxis ni remises por tal circunstancia”. 

En otro orden, se explayan sobre un tópico interesante: “Quisiéramos contar con servicio de colectivos. Que lleguen  a nuestro barrio. Es increíble lo que nos cobra un auto al centro nomás. Anda en $ 100. Es un presupuesto descomunal si no tenés en qué moverte. Más allá del “Ola Bus” que va por la Emiliozzi, tendríamos que disponer de un transporte más seguido, con mayor frecuencia”, explican. 

No se muestran exquisitos empero en un aspecto: “No pedimos que nos asfalten como en el “Eucaliptus”, sino que por lo menos nos hagan el cordón cuneta y nivelen las calles. A la señora del almacén de al lado, se le llena de agua cuando llueve seguido por el desnivel que tiene la calle. Es un drama”. 

Otra particularidad que anexa combustible al calvario, se trasluce en unas boletas presentadas por una vecina que habló al principio. Y volvió a la carga: “Desde septiembre nos llega la factura de Servicios Urbanos. El valor es de $ 407 y lo gracioso es que nos cobran barrido y limpieza, siendo que nuestras calles son de tierra. No ha pasado aún el regador y el verano pasado, fue una lotería verlo por aquí. Una real vergüenza esto que nos cobran”, refunfuñó.

A su vez esbozan: “Nos gustaría mayor vigilancia policial, ya que tenemos algunas casas usurpadas”, solicitan, recorriendo mentalmente cuáles son esas viviendas precisamente. 

La noche envuelve cual pergamino a la tarde, generando descontentos y sumiendo al barrio en sus cavilaciones de siempre. Con aspiraciones de mejor calidad de vida de los más entusiastas, que chocan con las resignaciones de otros que “no mueven el carro, no se calientan”, al decir de un señor de unos setenta años. “Yo llevo cuarenta años aquí y no ha cambiado nada. Por mis nietos, no pierdo las esperanzas”, me resume alcanzándome un enésimo mate. 

Fin de la crónica. Pero no de las expectativas de estas almas “isaurianas”. 

Por Mario Delgado.-    

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho