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Opinión

Pero todavía falta…

Sí, claro, un año en este país es mucho, quizá demasiado tiempo por delante de nuestras narices como para arrojar hoy datos certeros de lo que puede ocurrir, de cara a las elecciones del 2019. 

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Un dilema a resolver en primer término es si habrá o no PASO en agosto. Si se eliminan, cada Frente deberá canalizar sus diferencias por su lado y a su modo. Y quedará entonces el camino allanado para los postulantes a través de encuestas o de internas abiertas o cerradas.

Pero lo más lógico, por ahora, es ir ideando posibles escenarios en una compulsa que concentrará mucho la atención por sus características y más aún, amigos, dependiendo por supuesto de cómo esté el estándar de vida de la población. O por lo menos, de la gran franja poblacional media y media baja argentina.

Hoy los intereses creados por la realidad, por la coyuntura, son directos: a todos nos importa sobremanera la ¿marcha? de la economía, que no despega pero que golpea con furia los alicaídos bolsillos de los laburantes asalariados y de aquellos trabajadores informales más todavía.

El principal problema en el horizonte es entonces, de orden económico. Y habrá que permanecer con la vista puesta en el devenir de las cosas para comprobar si tal dilema, se instala por sobre cualquier otro ítem allá por los instantes cercanos al sufragio.

En la República Argentina se ha votado en ocasiones a raíz de los dictados de la billetera. 1.995 fue un clarísimo ejemplo. No sería extraño pues que tal circunstancia se repitiese. Si al pueblo le va mal en cuanto a BILLETES, eso justamente posee PESO a la hora sacrosanta de entrar al cuarto oscuro.

El Gobierno tendrá que resolver este drama cuánto antes si quiere llegar medianamente holgado a octubre o a agosto del año que viene. E incluso no tener serias dificultades de carácter social antes, léase piquetes, ollas populares, manifestaciones por doquier y los consabidos paros sindicales.

Por otro lado, las coimas, los cuadernos y las señales ya inequívocas de la corrupción precedente, flotan en el aire cual denso humo. ¿Afectarán al votante los destellos de semejante corruptela organizada?

Los entendidos encuestadores exclaman qué, en este momento preciso, lo primordial pasa por el dinero que se va de las manos y las tarifas exorbitantes y la carestía para comer y todo lo inherente.

Sin embargo no hemos de olvidar algo: en este contexto, aparecen dos actores desafiándose con sus espadas bien filosas: Mauricio Macri y Cristina Fernández viuda de Kirchner. Ellos dos solitos valiéndose de diversos argumentos para concitar la atención popular.

La cancha se embarra, se llena de baches, pero ahí están los gladiadores firmes. Firmes, pero ¿fuertes? Esa es otra cuestión. Los mismos encuestadores sostienen que al ingeniero boquense no le perdonan el desacierto (o desaguisado) económico y que doña Cristina no treparía más allá de su porcentaje de leales que aún no se fueron para otro redil con pastos más verdes. (Se discute entre un 20 y un 30 % de posibles sufragantes a su favor, si ella va de candidata).

Mauricio versus Cristina es una pelea que atrapa. ¿Pero quién puede triunfar en primera vuelta, así de una? Ambos políticos son a su vez rechazados por más del 50 % de la gente. O sea, ¿cómo barajarán las cartas para seducir?

La ex Presidente está a un paso de perder sus fueros, pero desde el propio oficialismo se dividen las aguas y se dilata la operatoria. Es que algunos opinan que no conviene plantar en escena a una Cristina caída totalmente en desgracia. Otros temen reacciones violentas de sus adeptos más audaces. Y en dos o tres líneas, lo que da la impresión es que a “Cambiemos” le conviene una ex mandataria en la cuerda floja pero batiéndose, viva políticamente.

De paso toda la atención se centra en estos dos personajes, deslindando otra posibilidad a probables terceros que irán llegando de a poco al andén.

Lo tremendo del caso es que la cofundadora de la alianza gobernante, la doctora Elisa Carrió, sale a la palestra con un sentido fraseo muy elocuente y digno de análisis sesudo. Ella expresa, más o menos, que ya “no confía en Macri como lo hizo hasta aquí”. Abre así un pórtico muy medular, revelando convulsiones intestinas en un tándem que se bambolea.

La dama es hábil e interpreta los rayos del sol. Y hoy el viento a su vez, sopla confuso. Ella abre el paraguas, antes de que el clamor la apabulle y la deje sin protagonismo.

Entiende, como otros referentes del oficialismo, que la cocina se cubrió de humo. Si no se extingue el foco ígneo rapidito, esto puede estallar mal. Antecedentes para colmo, sobran.

Por Mario Delgado.-

 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho