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Opinión

Cuando sólo te queda esperar

Aletean las dudas, la constante incertidumbre de una sociedad dividida, que busca respuestas y encuentra, por lo general, visiones parcializadas de la cosa en sí. 

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Estremece el simple reconocimiento de la cantidad de culpables que puede llegar a haber si se remueve un poco apenas el piso. 

Las tintas se cargan sobre uno y otro. En el medio la gente que apreciaría una pizca de sensibilidad en aquellos que detentan el poder. Sin conocer los padecimientos reales del pueblo, es medio difícil gobernar con cierto nivel de equidad. 

Quien no ha transitado por las arterias ardientes de un barrio sin asfalto, quien no ha palpado in situ las desventuras de una familia acuciada por las deudas, quien no comprende todavía que las escuelas son sitios para ir a aprender y no un restaurant para pibes pobres, no tiene autoridad moral para mandar. 

La educación es vital y hoy son más centros de alimentación de alumnos que escuelas en auténticas condiciones. 

Y así nos vamos topando en el diario vivir con incongruencias de hoy, de ayer, de siempre. Como los hilos conductores de la malsana delincuencia. ¿Qué nos sorprenderemos después cuando nos anoticiamos de tal o cual hecho, si nadie pone coto a la barrita de vagos que consume diez botellas de cervezas, con el anexo de sustancias y algunos “porritos” que amenizan la jornada?

Esto no es un invento mío; es una autenticidad del momento en varios barrios locales. ¿De dónde han de sacar la plata esos inocuos para comprar tantos vicios juntos?

Son ellos y otros crápulas más los que asolan a los remiseros, a los laburantes del día a día, son los que entran por la fuerza a una casa y golpean y destrozan. No aman la existencia porque ellos mismos, no viven. Parasitaria forma de complicarle las cosas a los ciudadanos de buena voluntad. 

Mientras esto se cristaliza, crece y se multiplica, los dirigentes sociales aún no logran unificar criterios y no se unen en derredor de un proyecto común. Cada quien lucha a su modus operandi y con sus herramientas. 

El fomentismo ha perdido status y se juegan definiciones ambivalentes. Y la política no alcanza a vislumbrar referentes que surjan de los barrios, con precisiones en las manos y en el discurso. Se sueña con un fomentista de ley que llegue a una banca de edil o a un puesto en el Ejecutivo pero eso no se concreta. 

Entonces los intereses mezquinos de varios personajes, los mantienen ocupados en especular y no alentar ni desestimar ningún proyecto. Huelen a través de la ventana abierta a la cotidianeidad y esperan, con todo el tiempo del mundo a su disposición, pareciese. 

Tibios sin remedio. No objetan ni aprueban desde la sinceridad; por el contrario, van sembrando dicotomías y enfrentamientos, en aras de posicionarse en el minuto que crean oportuno. Peligrosos especímenes sin honestidad intelectual. 

El océano está peligroso. Nadie debiera jactarse de sentirse a salvo, o libre de remordimientos. 

Y, en esta coyuntura, todavía subsisten aquellos creídos en un Mesías, en un Redentor tipo Jesús, que venga de donde sea, a reconstruir este bendito país y a darnos esa cuota de confianza en algo o alguien, que hoy no se advierte. 

Por suerte, para bien de muchos, este lunes 3 de septiembre, vuelve a Canal 13 Marcelo Hugo Tinelli. 

Por Mario Delgado.- 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho