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Opinión

Tras las rejas, otro mundo

Cada fin de semana, Miguel se prepara para visitar a su hijo preso en la emblemática Unidad 2 de Sierra Chica. 

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Es una historia repetida y monótona, que puede tener eso sí, el ingrediente sagaz de una lluvia torrencial, o de un frío bestial, o de un sol calcinante, mientras hace, como otros tantos, la fila para ingresar dentro de los centenarios muros. 

El bolso con algunas cosas, generalmente comestibles, artículos de higiene personal y cigarrillos que bien pueden ser canjeados adentro por cualquier otro elemento. 

La cola habitual es una mezcla de idiomas: entre locales y visitantes que anhelan imponer su propio estilo de hablar. Anécdotas por supuesto habrá por miles. Sólo hay que darse el tiempo para oír. Claro que escuchar también supone una mínima cuota de credibilidad en lo que se oye. 

Los informes del afuera, mientras tanto, son lapidarios y gélidos, como las paredes de la prisión picapedrera. Extraen números y estadísticas prolijas que se vuelcan en papeles o videos, pero que, es evidente, hasta ahora nada han logrado resolver en la compleja vida intra muros. 

Pero es interesante, al menos, conocer un poco de qué se trata todo este entramado tan caótico y siniestro del universo carcelario. 

El primer flagelo que barniza a las cárceles argentinas y a las de acá, es el dedo complaciente y malévolo de la corrupción. Si no hubiese tal injerencia, las realidades de los detenidos pudiesen ser otras. 

“Que me vas a decir a mí, nos narra Miguel enojado, si yo vi a un integrante del Servicio Penitenciario, que presta servicios donde está alojado mi hijo, vendiendo carne barata en Sierra Chica. ¿De dónde la sacó..?

El hambre y el frío suelen colarse por las rejas. Y la grosera humedad, brotando insaciable. Y más de una vez, alguna sustancia prohibida cae en las manos de los presos, desde afuera o, por qué no, con cierta displicencia de quienes deben controlar. Momentáneo alivio de un sufrir constante e ininterrumpido. El delito paga de tal forma.

Las peleas entre internos son moneda corriente. Es que excusas sobran: por mantener una cuota de poder en el pabellón, o por otros motivos verídicos o inventados para la ocasión, como celos o presuntas faltas de respeto ante la hermana o mujer de algún preso, los días de visitas. El ámbito propicia los nervios y el carácter hosco. 

“Tampoco escasean las chinches por los colchones de estopa ni las ratas, nos sigue contando nuestro personaje. Las enfermedades pulmonares son inevitables y las contagiosas, una plaga”. 

Si comen bien o no, dependerá de la buena voluntad del “capo máximo” del Penal y del encargado del área, quienes ahondarán en las órdenes pertinentes para que se les dé a los detenidos la dieta que corresponde, sin pijotearles nada. Sí esto no se advierte, la panza puede chillar, salvo que canjeen comida o les traigan las familias. Aquellos denominados “parias”, que no reciben visitas nunca, sólo contarán con la posibilidad de rebuscárselas para no quedar excluidos de toda prebenda. 

Por ahí suele darse una rueda de mates, cerca de un calentador. Las penas se consuelan de diversas maneras. A veces prima el silencio. Otras ocasiones, la charla locuaz. El alma está comprimida y vale poco la vida. Un par de zapatillas, por citar un ejemplo al boleo, cuesta oro. Y así sucesivamente. Cada pertenencia es propia “pero a su vez, negociable”, nos afirma Miguel. Y, en oportunidades, motivo de confrontaciones. 

Las facas fabricadas sin registro de marca, son un arma letal muy utilizada. 

“No es tan como antes hoy. Antes a un violador lo cocían a golpes, luego del bautismo de fuego. Ahora lo ves con alguna novia, besándose como si tal cosa”, resume Miguel. 

“Sé de un violador que lo viene a ver su pareja, la hermana y una cuñada que es agente en la cárcel de Azul. Un caso increíble”. 

La cantidad de presos se multiplica cada temporada. En diez años contamos con un 41 % más, a un promedio de 175 detenidos por cada 100.000 habitantes. En numeritos redondos, podríamos expresar que se hallan unos 80.000 alojados en nuestro territorio, repartidos en 290 presidios, 33 del Servicio Penitenciario Federal; 54 del Bonaerense y 203 en las demás provincias argentinas. 

Muchos pibes jóvenes hay adentro: el 61 % no supera los 35 años. El 96 % de los presos son varones y un 69 % terminó la Escuela Primaria como único estamento de estudio. El resto ni siquiera llegó a finalizar el tiempo básico escolar. Por tal motivo, es sumamente importante la concreción de clases en los presidios. 

Otra de las particularidades que se perciben pasa por la enorme presencia de personas sin condena firme, es decir procesados. El 47,7 % de los internos no ha sido condenado aún. Sólo el 51,6 % dispone de su condena. 

El motivo más recurrente de ingreso a un Penal, es el intento de robo o robo efectivo. La reincidencia es otro drama a rebatir. 

Miguel saluda a su descendiente en la amplia sala. Una manta cubre muy cerca a una pareja en sus arrumacos. Desgasta cada visita. Endurece las facciones la cárcel. Sume al corazón en una nueva angustia cada encuentro. Es que tras las rejas, se evidencia otro mundo que pocos sienten en sus pieles.

Por Mario Delgado.- 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho